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miércoles, 29 de octubre de 2014

¿Qué es la ética?


La ética es una disciplina que reflexiona sobre el obrar humano. Es un saber práctico que tiene como objeto de estudio las acciones de los hombre fundamentadas en la sensatez.
El hombre puede actuar de determinadas maneras por tratarse de un Ser libre. La ética humana se preocupa por la realización del bien. Adquiere una dimensión social porque este obrar está referido a las demás personas. Se relaciona con la vida ciudadana o política.


Sócrates destacó el carácter individual de la moral y, a diferencia de él, Platón y Aristóteles concibieron a la ética en relación directa con la política. La búsqueda del bien propio y del bien común constituyen un problema ético que resurge constantemente en la historia de la filosofía.
Kant y Hegel revivirán esta cuestión en el mundo moderno, y el debate continua hasta nuestros días con posiciones encontradas entre universalistas y comunitaristas.
La ética se pregunta sobre: ¿qué debo hacer?. El esfuerzo consiste en argumentar racionalmente en cuestiones morales, que a través del diálogo permite la formulación de principios universales. Por ejemplo, en la actualidad los derechos humanos, constituyen principios de valoraciones comunes a todos los hombres.
La ética, no es ajena a ninguna persona en tanto poseedores de capacidad de hacernos responsables de nuestras acciones. La ética es una formulación de carácter moral que nos permite obrar bien y ser buenas personas. Los escépticos, relativizan el alcance de esta tarea y los fundamentalistas que creen resolver la moral acorde a sus convicciones. La ética nos enseña a hacernos cargo del sentido de nuestras acciones, sus motivaciones y consecuencias.
Podemos abordar el término ética, simplemente si entendemos que el mundo es nuestra casa. La palabra ética, proviene del griego y significa habitar, morar, lugar donde se habita. Podemos definir a la ética como el aprender a habitar, a ser habitantes de esta casa, de la ciudad, de este mundo. Además significa: hábito, costumbre.
La ética es el ejercicio de nuestras libertades que nos hace capaces de gobernarnos a nosotros mismos. La ética nos enseña a ser libres, a tener el gobierno de nuestras propias acciones que van conformando nuestro Ser. Aprender a habitar significa aprender a practicar los hábitos que nos permiten realizar el bien y ser buenos. Es la formación de un carácter moral que, desde su opción por el bien, pueda hacer frente a los cambios y conflictos que se van presentando a lo largo de la vida.
Habitar el mundo aprendiendo a elegir es aprender a ser sabios. La sabiduría y la prudencia son las que nos permiten determinar qué es lo que debe ser hecho, y cuándo y cómo hacerlo.
El hombre es un Ser moral en tanto es libre. En tanto nos hacemos cargo de la libertad comenzamos a reflexionar sobre el bien. Existe la ética en tanto existan hombres que quieran ser felices.



En la Grecia Antigua, las primeras ideas de ética se relacionaron con la belleza. Se trataba de adquirir una forma de vida capaz de armonizar las fuerzas de las pulsiones y las de la razón. La ética es el arte de la bella formación de sí mismo, es una estética del bien. En esto reside la belleza del bien: en lo que supo hacer cada uno consigo mismo, a lo largo de su vida.
Tampoco era para los griegos una moral individual del deber. Esto surgirá con el cristianismo y se afianzará en la modernidad. La ética griega es inseparable de la polis, es decir, de su comunidad política.
La polis es el espacio conquistado por el hombre, donde es posible la vida humana. Fuera de la ciudad amenaza lo bárbaro, lo irracional. Por eso era para los griegos muy importante el cuidado de la ciudad, la armonía de sus leyes y de las instituciones que la componen: la familia y el Estado.
Lo bárbaro habita también en el interior de cada uno, de ahí, la necesidad de formarse a uno mismo, trazando la buena frontera del buen límite, sabiendo elegir entre lo que contribuye a la armonía y lo que introduce la discordia o la división. En esto consiste la vida virtuosa, en saber elegir el bien, que produce la armonía en cada uno y en la comunidad, frente al mal que produce la separación y la discordia.
Eudomonista es la denominada ética de Aristóteles, que considera la felicidad como el bien supremo, el fin último de los actos humanos. Todos los hombres desean ser felices, aunque para cada uno de ellos la felicidad represente cosas distintas.
La ética aristotélica se pregunta: ¿en qué consiste la felicidad?.
En su obra “Ética a Nicómaco”, dice: “todo arte, toda investigación y toda elección parecen tender a algún bien. El bien es aquello a lo que todas las cosas tienden”.
El bien es la meta deseada por nuestras acciones, pero al haber múltiples acciones, hay múltiples cosas a las que consideramos bienes. Por ejemplo: el fin de la medicina es la salud, y la salud es considerada un bien a diferencia de la enfermedad.
Lo mismo podríamos decir de las riquezas y de todas las otras cosas a las que llamamos bienes. Aristóteles nos dice que estas cosas son un bien en la medida en que nos permiten ser felices, por eso no llamaría bien a la riqueza si produjera la muerte por causa de ella.
Entonces, según Aristóteles, desear el bien es desear ser felices. Pero, la ética es una especialidad práctica de la filosofía, por lo tanto, el problema no está sólo en el desear, sino en el hacer. La pregunta es cómo ser felices. La respuesta es aprender lo que nos dice Aristóteles acerca de la virtud.
Si la felicidad es el fin último al que aspira el hombre y que lo hace más pleno, entonces, debe de consistir en la disposición permanente de la voluntad hacia el bien. Esto es la virtud para Aristóteles.


La virtud es un hábito que nos permite hacer las cosas bien. Por ejemplo, aquél que sabe tocar bien el piano, es un buen pianista porque tiene la virtud de tocarlo bien.
Las virtudes se forman mediante un forzado ejercicio. La virtud exige una elección voluntaria, pone en juego el intelecto y la voluntad del hombre. Al ser la virtud una elección voluntaria es objeto de reflexión y de elección deliberada; por eso, el conocimiento es un momento importante en la formación de la virtud, sin ser la virtud sólo un producto del conocimiento.
Hacer el bien implica, según Aristóteles, hacerlo.
Entonces, podemos definir a la virtud como la disposición permanente del carácter (ethos) para obrar bien.
Consecuencias:
  1. Nadie puede considerarse virtuoso porque realizó un acto bueno.
  2. Nadie nace virtuoso, sino que más bien llega a serlo.
Conclusión: se llega a ser virtuoso a través de acciones reiteradas conformes a la virtud. La virtud es un hábito que se adquiere con el ejercicio: realizando actos de justicia es como el ser humano se va haciendo justo.
Aristóteles define a la virtud como el justo medio entre dos extremos viciosos, uno por la carencia y el otro por el exceso. Por ejemplo: el coraje es el justo medio entre la cobardía y la audacia desmedida. La generosidad es el justo medio entre la avaricia y el despilfarro. Para determinar el justo medio exige discernimiento, y para ello es necesaria la prudencia. “La virtud es por lo tanto un hábito selectivo, consistente en una posición intermedia entre nosotros, determinada por la razón, y tal como lo determinaría el hombre prudente”.


La prudencia es una virtud diaforética indispensable para las virtudes morales. Se trata de un “saber ver” que implica saber qué es lo que hay que hacer, cuándo debe ser hecho, cuál es el momento oportuno para hacerlo, y cómo debe de ser hecho.
El aprendizaje de las virtudes morales se logra a través de la educación.
En la actualidad solemos identificar la felicidad con formas de vida placenteras. En este sentido felicidad y placer parecen ser sinónimos.
Aristóteles reconoce una tendencia natural del ser humano al placer, porque el placer está en una íntima relación con la naturaleza humana ya que los hombres prefieren las cosas que son placenteras y huyen de las penosas. Y esta relación relación ha sido objeto de muchas discusiones. Están quienes identifican el placer con el bien y otras que lo consideran un mal absoluto porque sostienen que el hombre tiende a depender de los placeres.
Aunque Aristóteles aclara que no se puede identificar el placer con el bien, porque hay placeres que son reprochables y hay acciones que deben de ser realizadas porque son buenas aunque no proporcionen placer. Es decir que no se rechaza el placer, sino que se lo incorpora a la reflexión ética.
Si hablamos de actos buenos o actos malos, podemos decir que el placer que acompaña a un acto bueno o virtuoso será un placer honesto, y el que acompaña un acto malo será un placer perverso.
Los placeres buenos serán los que resulten tales al hombre virtuoso, ya que éste se complace en el bien y encuentra desagrado en el mal.
Aristóteles señala que es mucha la corrupción que hay en los hombres; por es necesario no perder el gusto por el bien. El hombre corrupto, ha perdido esta sabiduría, y pone el placer en actos que son reconocidamente vergonzosos.
No ignora Aristóteles que la felicidad requiere de otros bienes como tener salud, reconocimiento social o dinero, pero él no se identifica con ellos, porque el hombre virtuoso no depende de las cosas ni de los placeres que éstas pueden brindarle.
Si la felicidad se identificara con el placer, cualquier adversidad la haría fracasar, pero como la felicidad radica en la vida virtuosa, esto es en la fidelidad al bien, la adversidad será ocasión para ejercer la grandeza del alma. Aquél que elige una vida orientada a producir el bien podrá ser feliz aunque en momentos pase por situaciones adversas.
La práctica del bien no queda circunscripta a la realización individual sino que implica el bien para todos, de la comunidad. “Es cosa buena hacer el bien, pero es más bello y divino hacer el bien común”... Dijo Aristóteles.
La ética alcanza su plena realización en la política. La vida política tiene como fin la realización del bien común, a través de la práctica de la justicia. Esta tarea le corresponde al Estado, ya que debe de procurar la felicidad de todos los hombres. La justicia es la base de la vida del Estado. Sólo en la comunidad política puede el hombre satisfacer sus necesidades intelectuales y biológicas.

El Estado debe de ser el primer educador en la virtud; los hombres formados en virtudes perfeccionan su naturaleza y elevan la vida en la comunidad.