En
una época tan convulsionada por acontecimientos mundiales que
conmovieron a la humanidad, la ética es la especialidad de la
filosofía que más ha reflexionado, cuestionado y fundamentado el
accionar humano. Los planteos acerca de la libertad y la justicia en
un contexto mundial regulado por el mercado y los temas relacionados
con los avances científicos y tecnológicos, abren el debate acerca
de dar una fundamentación universal de las normas conforme a las
diferencias existente en cada comunidad; como así también busca
plantear problemas de bioética o sobre el impacto ecológico que
produce el accionar humano.
La
ética solo puede ser comprendida dentro de un desarrollo histórico,
y actualmente vivimos una época posmoderna,
es decir el paso de la modernidad a la Posmodernidad.
Y ¿como podemos entender este cambio?.
Con
el nombre de posmodernidad, se hace mención a una nueva
época de la humanidad. Las
características principales del mundo moderno están sujetas a una
crisis profunda, de
tal manera que podríamos conceptualizar a la posmodernidad
como la crisis de la modernidad.
La
pregunta fundamental de ésta época esta relacionada con el
interrogante acerca de si creemos que el progreso de la ciencia, de
la economía, el arte, le permitirán a la humanidad vivir un mundo
mejor. No es facil dar una respuesta fehaciente a esta pregunta, pero
nos puede servir para comprender la diferencia entre la modernidad y
la posmodernidad.
El
hombre moderno es definido como aquél que confía en que el curso de
la historia debe de estar orientado por el progreso,
y el progreso debería garantizar un futuro mejor que el presente.
Por el contrario, la posmodernidad surge del descreimiento, de la
desconfianza y hasta del escepticismo. El ser posmoderno no cree que
el progreso constituya un bien para la humanidad. Gianni
Váttimo, en su libro El
fin de la modernidad
dice: “el progreso se ha vuelto
rutina”.
La
posmodernidad desvaloriza todos los ideales y expectativas. La falta
de confianza en el futuro, junto con la desaparición de los grandes
proyectos comunes (ideologías de la emancipación, utopías), dejan
un vacío que a menudo es llenado por el pesimismo o el desinterés,
que inducen al hombre actual hacia un proceso de aislamiento.
Otro
de los filósofos que se ha ocupado de pensar la posmodernidad es
Jean Francois
Lyotard,
que sostiene que la posmodernidad es el resultado de la modernidad,
diciendo que: “la posmodernidad es cosa
moderna”,
y describe a la condición posmoderna
como la instancia en la que el hombre se ve cada vez más lejos de
incidir en sus acciones en el curso de la historia. Experimenta de
que los acontecimientos se han vuelto independientes respecto de sus
actos, y que lo que cada hombre puede hacer es demasiado poco.
En
cambio, Jürmen
Habermas
defiende la vigencia del proyecto moderno que debe de ser completado.
Destaca que la modernidad se asienta sobre el proyecto de libertad
fundado en la razón. Defender el proyecto moderno es defender la
necesidad de fundamentar racionalmente nuestras acciones, mantener la
autonomía del arte, la ciencia y la moral. Sigue sosteniendo que la
racionalidad es la condición de posibilidad de un mundo donde todos
y cada uno de los hombres pueden llegar a ser libres.
La
transformación consiste en pasar de la filosofía del sujeto a una
filosofía de la acción intersubjetiva. Habermas se orienta en pasar
del paradigma físico-matemático, que ha dominado la humanidad, al
paradigma de las ciencias sociales, y desarrollar una teoría de la
comunicación entre sujetos diferente
al
del sujeto cartesiano.
La
posmodernidad es una época producida y dominada por los
medios de comunicación
(en especial la TV). Para muchos pensadores los medios de
comunicación permitieron
el acceso a la opinión pública de minorías de todo tipo. Se trata
de un proceso de pluralización que hace imposible un punto de vista
único acerca de la realidad. Muchos intelectuales pensaron que la
simultaneidad de la televisión y la circulación de la información
producirían una sociedad más transparente donde los obstáculos de
la
comunicación
fuesen eliminados. Al multiplicarse los centros desde donde surge la
información se multiplicaron también los sujetos y las narraciones,
lo que dio lugar a una fragmentación de la imagen del mundo.
Otro
pensador que nos hace reflexionar sobre los medios de comunicación
es Jean Baudrillard
que sostiene que con el televisor el mundo se nos mete en nuestras
casas. Ya no existe límite entre lo público y lo privado, como
consecuencia de la invasión de los medios. Su poder simulador
produce una realidad poderosa y más real que
la conformada entre sujetos y objetos.
Vivimos un mundo más complejo a causa del poder de los medios sobre la formación de una conciencia pública. Un mundo plagado de informaciones y donde la realidad es creada diariamente. Es un desafío vivir este mundo interrogado por la tecnología y la comunicación.
Habermas
es quien más se ha dedicado a la tarea de una reconstrucción
crítica de la racionalidad como base de una sociedad democrática y
como cumplimiento del ideal emancipatorio de la modernidad. Ha
desarrollado su propia teoría de la acción comunicativa, la cual
constituye una ética
del discurso. Como
vimos él parte de una racionalidad intersubjetiva que se expresa a
través del hablar o de la comunicación. De este modo sustituye la
problemática moderna que se centra en la conciencia subjetiva, por
una reflexión crítica acerca del lenguaje.
Cuando
hablamos hay estructuras universales que sólo pueden ser puestas de
manifiesto a través de la crítica. Cuando hablamos un idioma no
necesitamos conocer su gramática, tampoco necesitamos conocer los
elementos universales que se encuentran en el mismo acto de hablar.
Para
Habermas también existe una pragmática contenida en el habla
cotidiana como la existencia de estructuras gramaticales y
sintácticas.
Hay
rasgos universales presenten en el lenguaje. Por
ejemplo, cada vez que alguien me dice algo, lo escucho suponiendo que
lo que dice es verdad, más allá de que lo que dice sea cierto o no.
La comunicación solo se hace posible partiendo de la confianza en la
intención. Hay un principio de intencionalidad en toda acción
comunicativa.
Muchas
veces nos vemos en la necesidad de tomar una decisión conjunta, y
ello depende de la legitimidad de nuestra comunicación, es decir de
nuestra capacidad de expresar nuestra posición y la de comprender la
de los otros.
Una
decisión justa es una decisión fundada en el consenso
alcanzado mediante la argumentación racional de las posiciones de
todos los involucrados.
La
validez del juicio ético para Habermas se obtiene a través del
consenso construido mediante la comunicación producida con
argumentos racionales. Descarta de pleno la posibilidad de aceptar
como legítimos aquellos consensos limitados a la opinión de la
mayoría. La cantidad no da certezas. La mayoría puede equivocarse.
Propone lo que el denomina consenso
dialógico-argumentativo
que tiene las siguientes características especiales:
- En la discusión cada uno de los participantes deberá exponer sus argumentos, responder a las críticas, argumentar en función de los intereses propios o del grupo.
- Cada participante, por el solo hecho de entrar en la discusión, reconoce a los otros hablantes componentes como sujetos de derecho.
- Los participantes en la discusión deberán renunciar al uso de la fuerza, la amenaza, la manipulación ideológica, el engaño, etc. para defender racionalmente sus argumentos.
- Un consenso será legítimo y fundamentará una norma moral legítima, cuando se respetan todas las normas de procedimiento.
Habermas
reformula el imperativo
categórico
de Kant. La razón es dialógica, no puede haber excluidos en la
discusión, y todos los argumentos deberán ser atendidos. La ética
del discurso no aspira a delinear el contenido de las normas morales
o los ideales de la buena vida, sino a ejercer una función crítica
y legitimar o no los acuerdos políticos, económicos sociales
alcanzados dentro de una comunidad histórica o entre las naciones.
En este sentido se puede decir que es una ética formal o de
procedimientos.
La
ética del discurso da pautas para que los sujetos y los pueblos en
su variedad cultural puedan determinar lo que es bueno para todos los
ciudadanos mediante un debate
abierto.
El
pensar se desarrolla en el diálogo. Aprender a pensar es aprender a
argumentar y a confrontar con los argumentos de los otros.
Lo
más destacado de esta idea de Habermas es poder fundamentar las
normas básicas de convivencia desde esta racionalidad comunicativa,
entendida como los fundamentos
éticos de una teoría de la comunicación.