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martes, 1 de julio de 2014

El pensamiento filosófico postguerras mundiales. Buber, Marcuse, Arendt, Agamben

El siglo XX fue uno de los más violentos de la historia de la humanidad. Luego de las dos guerras mundiales, los genocidios, los campos de concentración y exterminio, los fascismos , los terrorismos de Estado, las desapariciones y muerte de personas en las dictaduras latinoamericanas, los filósofos más que nunca comenzaron a preguntarse: ¿qué es el hombre? Uno de esos filósofos fue Martin Buber.
En su libro Yo y Tú, concibe al hombre ya no como el ser individual del iluminismo y del mercado, sino como un ser que solo puede pensarse en relación con los otros, desde el nacimiento hasta la muerte.
El ser humano establece básicamente dos tipos de relaciones o dos actitudes ante el mundo y se manifiesta en dos pares de palabras que pronuncia: Yo-Ello, Yo-Tu.


La relación Yo-Ello o Yo-Eso es la que predomina en las sociedades contemporáneas. El otro aparece como objeto, como una cosa más en el mundo cosificado y mercantilizado. Es una relación que no tiene en cuenta al otro más que para usarlo, dominarlo, controlarlo o hacer que nos escuche. El Yo-Ello está motivado por un interés en la relación. La relación Yo-Ello es la que posibilita el mundo material y es necesaria, pero una vida en la que predomine este tipo de relaciones no es la vida de un ser humano.
En cambio, los términos Yo-Tú designa una relación de persona a persona, de sujeto a sujeto, una relación mutua que supone el encuentro. En ese encuentro, cada una de ellas respeta y valora los sentimientos de la otra.
Para ejemplificar los dos tipos de relaciones, Buber cuenta una anécdota de cuando era adolescente y que explica los orígenes de la filosofía del diálogo. Su experiencia fue con un caballo que tenía su abuelo, al cual acariciaba gentilmente el cuello del caballo antes de alimentarlo. La experiencia era agradable. Era un acontecimiento amistoso y conmovedor, el caballo movía sus orejas y resoplaba con suavidad, señal que solo él podía reconocer.
En cambio, en otra ocasión, Buber prestó más atención a su propia diversión, con lo cual el caballo no respondió igual al otro día cuando lo fue a acariciar, y ese momento mágico que vivía con el caballo se esfumó. Buber había comprendido que había pasado de una relación Yo-Tú a una relación Yo-Ello. La relación Yo-Ello es la que se interesa por las propias sensaciones más que la sensación surgida de la relación con el otro.
Muchas veces, las relaciones entre los seres humanos comienzan siendo Yo-Tú, pero después de la rutina o suponer que se conoce totalmente al otro, hace que ya no se lo escuche y que cada persona se repliegue sobre sí misma y se pierda la riqueza de experimentar el encuentro con otros.
La relación Yo-Tú implica una relación divina e inmortal. Cada encuentro que se tiene con otro ser humano u otro ser u objeto de la naturaleza es una relación con Dios, porque para Buber, Dios está en todas partes.
Es posible la relación Yo-Tú entre las personas y entre los seres humanos y toda la naturaleza, ya sea animada como el caso del caballo o de un árbol.


En 1942, durante la Segunda Guerra Mundial, mientras centenares de miles de personas se masacraban entre sí y otros millones eran llevados a campos de concentración y cámara de gas, y Buber entonces, se volvió a preguntar ¿qué es el hombre?
Y respondió: “el hecho fundamental de la existencia humana no es ni el individuo en cuanto tal ni la colectividad en cuanto tal. Ambas cosas, consideradas en sí mismas, no pasan de ser formidables abstracciones. El individuo es un hecho de la existencia en la medida en que se edifica con vivas unidades de relación. El hecho fundamental de la existencia humana es el hombre con el hombre. Lo que singulariza al mundo humano es, por encima de todo, que en él ocurre entre ser y ser, algo que no encuentra par en ningún otro rincón de la naturaleza”.

Herbert Marcuse, filósofo perteneciente a la Escuela de Frankfurt, en su libro “El hombre unidimensional” analiza las sociedades industriales avanzadas de occidente que, según él, tienen rasgos totalitarios bajo su apariencia democrática y liberal. Fundamenta que la sociedad industrial crea falsas necesidades, las cuales integrarían al individuo en el existente sistema de producción y consumo, focalizado a través de los medios de comunicación masiva, la publicidad y el sistema industrial. Este sistema daría lugar, según el autor, a un universo unidimensional, con sujetos con "encefalograma plano", donde no existe la posibilidad de crítica social u oposición a lo establecido.


El ser humano en el capitalismo tiene reprimidos sus placeres, el disfrute de sus momentos de ocio y sus instintos de vida y de amor, por las normas sociales, la internalización de la culpa y la moral del trabajo. El instinto de muerte (tánatos) predomina bajo las formas sociales capitalistas sobre el instinto de vida (eros).
En las sociedades del capitalismo avanzado, las características del trabajo (alienado y no gratificante) suponen también el control del tiempo libre –el único momento que el ser humano reserva para el placer-, la renuncia a la vida instintiva y la represión de los instintos sexuales porque se busca que todas las fuerzas se desvíen hacia la producción de mercancías y el deseo de consumir.
Marcuse fue el ideólogo del Mayo Francés, la revolución estudiantil más importante del siglo XX. En mayo de 1968, los estudiantes reclamaron junto con los obreros justicia social y liberación sexual.

Hannah Arendt, filósofa Estadounidense-alemana, fue contratada por el Diario New Yorker para cubrir el juicio del criminal nazi Adolf Eichmann, quién había sido capturado en nuestro país por los servicios secretos israelíes y trasladado a Jerusalém donde se lo juzgó, condenó y finalmente, ejecutó.
Las notas periodísticas de Hannah Arendt, fueron publicadas en un libro que se llamó: Eichmann en Jerusalém: un estudio sobre la banalidad del mal. Arendt, retrató a Eichamnn como una persona común, como un ser humano igual a quienes había perseguido y exterminado, que no pudo reflexionar acerca de la naturaleza criminal de sus acciones, considerando semejantes a sus víctimas. Eichmann no era un monstruo sino una persona común y corriente que repetía frases hechas y se mostraba como un ciudadano respetuoso de la ley. La forma de pensar del criminal nazi representaba para Arendt lo que ella denominó “banalidad del mal”,  es decir, el hecho de que el mal (tal como se lo había pensado en Occidente y tal como se desprendía de las acciones realizadas por Eichmann) había perdido toda profundidad, todo carácter extraordinario y se había convertido en algo banal, es decir común y corriente, “normal”.



Arendt sostiene que la aparición de estos criminales “irreflexivos” (que no pueden ver en sus víctimas a sus iguales y que necesitan quitarles toda dignidad para degradarlas, torturarlas y exterminarlas) y de los campos de concentración y exterminio, sólo fue posible en sociedades en las que, como las actuales, los hombres se habían tornado superfluos. La condición de superfluo supone la falta de espontaneidad, la conversión de personas en máquinas, la alienación del hombre como lo describía Marx: la animalidad de ese ser humano despojado de toda imaginación y creatividad.

El filósofo italiano Giorgio Agamben, reflexionó también sobre esta problemática. Recuperó el concepto jurídico romano de Homo Sacer (hombre sagrado) para referirse a la situación de los seres humanos en las sociedades contemporáneas. Homo Sacer evoca una antigua institución del derecho romano arcaico mediante la cual un hombre podía ser matado sin que ello acarreara ninguna consecuencia jurídica. El concepto de homo sacer se sienta en la idea de que en las sociedades modernas y contemporáneas, la vida como simple hecho de vivir, como pura vitalidad, como esa característica que los hombres comparten con los demás seres vivos, vida animal, vida no calificada por la polis o la cultura, constituye el eje central de la política.
Para Agamben, cada etapa histórica de la modernidad genera sus propios “hombres sagrados”, es decir, personas que pueden ser matadas sin que por ello otras personas sean juzgadas por haber cometido homicidios o genocidios o cualquier otro delito relacionado. Así ocurrió, por ejemplo, con la matanza de los nativos durante la conquista de América o cuando en la Argentina, a comienzos del siglo XX, eran expulsados los inmigrantes o se fusilaban a obreros anarquistas por la Ley de Residencia (1902) y la ley de defensa social (1910) o la Doctrina de Seguridad Nacional Décadas del 60 y 70). Pero cuando Agamben se refiere a la muerte o a la libre a muerte o a libre disposición de la vida, no sólo está pensando en asesinatos, sino también en los excluidos, en aquellas personas que no pueden acceder a una vida digna, en los pobres, en las personas que viven en la calle, en los desocupados y en los trabajadores que perciben salarios miserables.  



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