En su libro Yo y Tú, concibe al hombre ya no como el ser individual del
iluminismo y del mercado, sino como un ser que solo puede pensarse en relación
con los otros, desde el nacimiento hasta la muerte.
El ser humano establece
básicamente dos tipos de relaciones o dos actitudes ante el mundo y se
manifiesta en dos pares de palabras que pronuncia: Yo-Ello, Yo-Tu.
La relación Yo-Ello o Yo-Eso es la que predomina en las sociedades
contemporáneas. El otro aparece como objeto, como una cosa más en el mundo
cosificado y mercantilizado. Es una relación que no tiene en cuenta al otro más
que para usarlo, dominarlo, controlarlo o hacer que nos escuche. El Yo-Ello
está motivado por un interés en la relación. La relación Yo-Ello es la que
posibilita el mundo material y es necesaria, pero una vida en la que predomine
este tipo de relaciones no es la vida de un ser humano.
En cambio, los términos Yo-Tú designa una relación de persona a
persona, de sujeto a sujeto, una relación mutua que supone el encuentro. En ese
encuentro, cada una de ellas respeta y valora los sentimientos de la otra.
Para ejemplificar los dos tipos
de relaciones, Buber cuenta una anécdota de cuando era adolescente y que
explica los orígenes de la filosofía del diálogo. Su experiencia fue con un
caballo que tenía su abuelo, al cual acariciaba gentilmente el cuello del
caballo antes de alimentarlo. La experiencia era agradable. Era un
acontecimiento amistoso y conmovedor, el caballo movía sus orejas y resoplaba
con suavidad, señal que solo él podía reconocer.
En cambio, en otra ocasión, Buber
prestó más atención a su propia diversión, con lo cual el caballo no respondió
igual al otro día cuando lo fue a acariciar, y ese momento mágico que vivía con
el caballo se esfumó. Buber había comprendido que había pasado de una relación Yo-Tú a una relación Yo-Ello. La relación Yo-Ello es la que se interesa por las
propias sensaciones más que la sensación surgida de la relación con el otro.
Muchas veces, las relaciones
entre los seres humanos comienzan siendo Yo-Tú,
pero después de la rutina o suponer que se conoce totalmente al otro, hace que
ya no se lo escuche y que cada persona se repliegue sobre sí misma y se pierda
la riqueza de experimentar el encuentro con otros.
La relación Yo-Tú implica una relación divina e inmortal. Cada encuentro que se
tiene con otro ser humano u otro ser u objeto de la naturaleza es una relación
con Dios, porque para Buber, Dios está en todas partes.
Es posible la relación Yo-Tú entre las personas y entre los
seres humanos y toda la naturaleza, ya sea animada como el caso del caballo o
de un árbol.
En 1942, durante la Segunda
Guerra Mundial, mientras centenares de miles de personas se masacraban entre sí
y otros millones eran llevados a campos de concentración y cámara de gas, y
Buber entonces, se volvió a preguntar ¿qué
es el hombre?
Y respondió: “el hecho fundamental de la
existencia humana no es ni el individuo en cuanto tal ni la colectividad en
cuanto tal. Ambas cosas, consideradas en sí mismas, no pasan de ser formidables
abstracciones. El individuo es un hecho de la existencia en la medida en que se
edifica con vivas unidades de relación. El hecho fundamental de la existencia
humana es el hombre con el hombre. Lo que singulariza al mundo humano es, por
encima de todo, que en él ocurre entre ser y ser, algo que no encuentra par en
ningún otro rincón de la naturaleza”.
Herbert Marcuse, filósofo perteneciente a la Escuela de Frankfurt,
en su libro “El hombre unidimensional”
analiza las sociedades industriales avanzadas de occidente que, según él, tienen
rasgos totalitarios bajo su apariencia democrática y liberal. Fundamenta
que la sociedad industrial crea falsas necesidades, las cuales integrarían al
individuo en el existente sistema de producción y consumo, focalizado a través
de los medios de comunicación masiva, la publicidad y el sistema industrial.
Este sistema daría lugar, según el autor, a un universo unidimensional, con sujetos con "encefalograma plano", donde no existe la posibilidad de
crítica social u oposición a lo establecido.
El ser humano en el capitalismo
tiene reprimidos sus placeres, el disfrute de sus momentos de ocio y sus
instintos de vida y de amor, por las normas sociales, la internalización de la
culpa y la moral del trabajo. El instinto de muerte (tánatos) predomina bajo
las formas sociales capitalistas sobre el instinto de vida (eros).
En las sociedades del capitalismo
avanzado, las características del trabajo (alienado y no gratificante) suponen
también el control del tiempo libre –el único momento que el ser humano reserva
para el placer-, la renuncia a la vida instintiva y la represión de los
instintos sexuales porque se busca que todas las fuerzas se desvíen hacia la
producción de mercancías y el deseo de consumir.
Marcuse fue el ideólogo del Mayo Francés, la revolución estudiantil
más importante del siglo XX. En mayo de 1968, los estudiantes reclamaron junto
con los obreros justicia social y
liberación sexual.
Hannah Arendt, filósofa Estadounidense-alemana, fue contratada por
el Diario New Yorker para cubrir el juicio del criminal nazi Adolf Eichmann, quién había sido
capturado en nuestro país por los servicios secretos israelíes y trasladado a
Jerusalém donde se lo juzgó, condenó y finalmente, ejecutó.
Las notas periodísticas de Hannah
Arendt, fueron publicadas en un libro que se llamó: Eichmann en Jerusalém: un estudio sobre la banalidad del mal.
Arendt, retrató a Eichamnn como una persona común, como un ser humano igual a
quienes había perseguido y exterminado, que no pudo reflexionar acerca de la
naturaleza criminal de sus acciones, considerando semejantes a sus víctimas.
Eichmann no era un monstruo sino una persona común y corriente que repetía
frases hechas y se mostraba como un ciudadano respetuoso de la ley. La forma de
pensar del criminal nazi representaba para Arendt lo que ella denominó “banalidad del mal”, es decir, el hecho de que el mal (tal como se
lo había pensado en Occidente y tal como se desprendía de las acciones
realizadas por Eichmann) había perdido toda profundidad, todo carácter
extraordinario y se había convertido en algo banal, es decir común y corriente,
“normal”.
Arendt sostiene que la aparición
de estos criminales “irreflexivos” (que no pueden ver en sus víctimas a sus
iguales y que necesitan quitarles toda dignidad para degradarlas, torturarlas y
exterminarlas) y de los campos de concentración y exterminio, sólo fue posible
en sociedades en las que, como las actuales, los hombres se habían tornado
superfluos. La condición de superfluo supone la falta de espontaneidad, la
conversión de personas en máquinas, la alienación del hombre como lo describía
Marx: la animalidad de ese ser humano despojado de toda imaginación y
creatividad.
El filósofo italiano Giorgio Agamben, reflexionó también
sobre esta problemática. Recuperó el concepto jurídico romano de Homo
Sacer (hombre sagrado) para referirse a la situación de los seres
humanos en las sociedades contemporáneas. Homo
Sacer evoca una antigua institución del derecho romano arcaico mediante la
cual un hombre podía ser matado sin que ello acarreara ninguna consecuencia
jurídica. El concepto de homo sacer se sienta en la idea de que en las
sociedades modernas y contemporáneas, la vida como simple hecho de vivir, como
pura vitalidad, como esa característica que los hombres comparten con los demás
seres vivos, vida animal, vida no calificada por la polis o la cultura, constituye
el eje central de la política.
Para Agamben, cada etapa
histórica de la modernidad genera sus propios “hombres sagrados”, es decir,
personas que pueden ser matadas sin que por ello otras personas sean juzgadas
por haber cometido homicidios o genocidios o cualquier otro delito relacionado.
Así ocurrió, por ejemplo, con la matanza de los nativos durante la conquista de
América o cuando en la Argentina, a comienzos del siglo XX, eran expulsados los
inmigrantes o se fusilaban a obreros anarquistas por la Ley de Residencia
(1902) y la ley de defensa social (1910) o la Doctrina de Seguridad Nacional
Décadas del 60 y 70). Pero cuando Agamben se refiere a la muerte o a la libre a
muerte o a libre disposición de la vida, no sólo está pensando en asesinatos,
sino también en los excluidos, en aquellas personas que no pueden acceder a una
vida digna, en los pobres, en las personas que viven en la calle, en los
desocupados y en los trabajadores que perciben salarios miserables.