Los filósofos del derecho natural
o iusnaturalistas son un grupo de pensadores del los siglos XVII y XVIII, que
sostenían que hay una serie de derechos naturales propios de los seres humanos
que todos poseemos. Creían en la razón como elemento que conformaba el
universo, la naturaleza y la cultura otorgándoles armonía. Estos filósofos
también fueron denominados contractualistas porque utilizaron la metáfora del “Contrato Social” para explicar y
legitimar el surgimiento del Estado Moderno, esto es, la formación del Estado
como resultado de un acuerdo de voluntades.
El primero de ellos fue Thomas Hobbes, después de hacer un
minucioso estudio de la fisiología, las capacidades, los sentidos, la
imaginación y la razón del hombre, llegó a la conclusión de que el ser humano
es una realidad única e indivisible compuesto exclusivamente en partículas de
materia. Y que su conciencia o alma se debe a los movimientos de partículas minúsculas
en el cerebro. No hay por lo tanto, para Hobbes, división entre cuerpo y alma. Todo
es materia que busca el placer y huye del dolor.
Por otra parte, para Hobbes,
todos los hombres son, considerados en su conjunto, iguales por naturaleza. Señala
que si bien , a primera vista, un hombre es más fuerte de cuerpo y otro más
sagaz de entendimiento que los otros, el más débil tiene suficiente fuerza para
matar al más fuerte por medio de artimañas o uniéndose al otro; de igual
manera, la inteligencia puede adquirirse a través de experiencias.
Todos los hombres tienen en
común, además, el hecho de valorar sus propios talentos y menospreciar los de
los semejantes.
Esa igualdad de los seres humanos
en cuanto a su capacidad, trae como consecuencia la igualdad de esperanza
respecto del logro de los objetivos. Esto, sumado al egoísmo, la envidia y la
ambición, también naturales del hombre, provoca que, si dos hombres desean la
misma cosa y o pueden disfrutarla ambos, se transforman en enemigos.
El hecho de que los bienes de la
tierra sean limitados, pone potencialmente a cada ser humano en una situación
de deseo respecto de los bienes del otro. Como consecuencia para Hobbes, se
llega a una situación de guerra potencial y real, una guerra de todos contra todos. El temor a la muerte y deseo de las
cosas necesarias para una vida confortable hace que los hombres pacten entre sí
para conformar las sociedades y los Estados. Es decir, que lo único que une a
los hombres en sociedad es el instinto
de conservación.
Al contrario del pensamiento de
Hobbes, los otros contractualistas clásicos John Locke y Jean Jacques
Rousseau,no creían que el ser humano fuera naturalmente egoísta ni que solo
le importara su autoconservación.
En su primera parte de su Discurso sobre el origen de la desigualdad,
Rousseau afirma que el hombre era originaria y naturalmente un animal puro y
solitario que respondía a su instinto, sin más ocupación que satisfacer sus
necesidades físicas. No era bueno ni malo y no tenía vicios y virtudes.
En la segunda parte, describe un
estado intermedio entre la brutalidad de los tiempos primitivos y la
civilización actual, que es el más feliz de todos, ya que los hombres gozaban
libremente entre sí de las alegrías de la relación mutua. Pero con la división
del trabajo y la propiedad privada, la igualdad natural entre los hombres
desapareció y el hombre se volvió malo a causa de los explotadores del pueblo y
al robo de los ricos.
De estas premisas parte Rousseau
para elaborar su obra: El Contrato Social,
es decir, el pacto entre los hombres que permita la instauración de un Estado o
un pacto social que asegure la
asociación de todas las personas para conformar una sociedad civil, y al mismo tiempo, que el ser humano conserve su
libertad.
Para Hobbes, la libertad impulsaba
al ser humano a desear abarcarlo todo y a violar la libertad de los demás. En cambio,
para Locke y Rousseau, la libertad es la voluntad de decidir y actuar entre
todos, dejando de lado los impulsos físicos y los deseos, en beneficio de la
voluntad general. La libertad civil es entonces posible, si solo es libertad
moral, libertad para todos que no viole los derechos de nadie, sino que por el
contrario los defiende.
Para Rousseau, además, la piedad
es un sentimiento natural del hombre que lo diferencia del resto de los seres
vivos. A la vez que modela su egoísmo, contribuye a la conservación mutua de
toda la especie. La piedad es la que moviliza al ser humano a ayudar a quien
está sufriendo.