A
comienzos de la década del cincuenta, aparece la televisión, como
medio de comunicación masiva. Su crecimiento abrumador genera
incertidumbre sobre si la construcción del sentido resulta
explícita. La duda sobre la verdad ha alcanzado su expresión
máxima.
La
televisión ocupa un lugar preponderante en relación con el sentido y
la verdad acerca de la realidad. Nietzsche
dudaba sobre la verdad, porque para él no hay una única verdad.
Podríamos preguntarnos hoy: ¿hay alguna verdad?.
Para Nietzsche: “No hay hechos, hay interpretaciones”.
Pierre
Bourdieu,
inicio un estudio de las informaciones que circulan en la televisión.
Para él la televisión pone en peligro la producción cultural, es
decir el arte, la literatura, la filosofía, la ciencia, el derecho.
Hace referencia a las informaciones distorsionadas que circulan por
la televisión, sobre todo en algunos programas de televisión.
Bourdieu,
teme por los televidentes que, desprevenidos, se resisten a creer en
los efectos que las presiones económicas y políticas ejercen sobre
la programación que se consume a diario. Él no deseaba que sus
análisis se percibieran como ataques a los periodistas y los
trabajadores de televisión, sino que tenía la esperanza de que su
análisis del
mensaje televisivo pudiera contribuir a la crítica por parte de los
televidentes.
Cuando
surgió el fenómeno de la televisión, se pensó que sería solo un
“medio de comunicación de masas”, es decir, un medio para
transmitir mensaje masivamente. Según una mirada reprospectiva, la
televisión también transformó a quienes la producen, a los
periodistas y a los productores culturales en general, y se fue
transformando poco a poco en un “fenómeno” con extraordinaria
influencia sobre todas las actividades.
A
Bourdieu le preocupaban las presiones comerciales, a través de los
índices de audiencia, que definen lo que le convienen transmitir y
lo que no le conviene. Para él, el mundo de la televisión, con sus
intereses, constituye un filtro deformador de la realidad.
En
las sociedades actuales, todo se constituye por medio de la “opinión
pública” y lógicamente, los medios de comunicación masiva en
general _y la televisión, en particular- representan la realidad,
teniendo en cuenta que toda representación es una construcción,
algo creado. La existencia y la trascendencia al margen de los medios
de comunicación son apenas perceptibles. En cambio, todo lo que
protagoniza alguna parte de esta representación de la realidad,
adquiere existencia, existe.
Bourdieu
dedica especial atención a los noticieros donde los periodistas, en
vez de informar o educar, invocan las expectativas del público para
proyectar su propia visión; fundamentalmente guiados y regidos por
una política de “no aburrir”, otorgando prioridades a debates,
polémicas que llamen la atención del público y que hagan subir las
audiencias. El déficit nacional, la reducción o suba de impuestos,
las deudas, los presupuestos de salud y educación, ya no son temas
que importa sino que se destaca el enfrentamiento entre personas. La
competencia periodística ya no está centrada en la objetividad o su
conocimiento sobre el mundo, sino en la fuerza de los contactos, que
cuanto más íntimos y confidenciales, mejor.
Para
este pensador -como para otros como Guy
Debord-
no conviene hablar de una “sociedad de la información” sino, más
bien de una “sociedad
del espectáculo”. La información ya no es un elemento democrático
que permite formar opinión, sino que, como está tan procesada,
mediada, construida -por
no decir inventada-
es un elemento más para mirar, algo para consumir como un
espectáculo.
En
síntesis, Bourdieu
evalúa la televisión según parámetros que están lejos de ser
aquéllos con los que la televisión y sus programas se
consumen a diario. Desea desmontar el engaño y alertar a los
millones de telespectadores en todo el mundo. Pretende descomponer la
objetividad aparente para enfrentarla a una construcción real.
Otra más de la consecuencia-según Bourdieu- es el crecimiento de la
televisión en el espacio de los medios de comunicación: es el paso
de una política de acción cultural a una “demagogia
de lo espontáneo”. Esto
se refiere al espacio cada vez mayor que la televisión da a las
tribunas libres y a los espacios de libre opinión. Para él, la
televisión de los primeros años (década del cincuenta) pretendía
ser cultural, mientras que la televisión de hoy se dedica a
explotar los gustos para conseguir mayores índices de audiencia
ofreciendo los derivados talk-show
o reality show.
Estos
pretenden ser “retazos de vida” pero resultan ser exhibiciones de
experiencia vivida vaciadas de sentido, para satisfacer intereses
comerciales.
La
consideración de los peligros inherentes a la información
televisiva nos hace reflexionar acerca de que durante las últimas
décadas, la televisión ha adquirido entre sus características la
de desalentar el ejercicio de pensar, privilegiando el impacto de la
imagen sobre el contenido y el de la emoción sobre la razón, a
favor del vértigo y la impunidad de que goza por razones técnicas
ya que en ese mundo
virtual,
los hechos, los dichos y los juicios son dificultosamente revisables
porque pasan rápidamente de largo.
Mafalda siempre reflexiva.