Buscar este blog

domingo, 7 de junio de 2020

Momentos de inspiración.

“Es mi parecer que el hombre nuevo, el que está floreciendo, tiene un estilo más informal, más simpático y definitivamente más irreverente, y a diferencia de lo que algunos dicen, este hombre no es superficial, ni poco comprometido, ni mucho menos ignorante. Es simple, pero nada tonto. Es básico, pero eso suele ser expresión de sabiduría. Es rústico, pero rústico suele ser un adjetivo inherente a virtudes como el coraje y la fortaleza”.

Como me gusta hurtar ideas, esta frase la saqué de un libro, comprado en Rosario. Estimulado por su título “No te hagas el boludo”, y encontrando en su interior esta frase, que identifica y describe una manera de ser, una manera de estar en el mundo. Su autor Mariano (Mano) Moreno, un pibe común de Capitán Bermúdez, filósofo de la calle. Sus amigos lo llamaban el “Desfasado”, porque vivía en la luna y leía libros que nada tenía que ver con los temas desarrollado en el aula, en su época de transcurrir la secundaria. Viajo por diferentes países, liviano de ropa y con poco dinero, un día se animó a salir de su pueblo y dar una vuelta por la redonda. Conocer nuevas culturas, entablar nuevas amistades, nuevos paisajes que le cambiaron la cosmovisión del mundo. Polémico, provocador, no conforme con el orden establecido, amante del ocio, del tiempo libre buscó nuevas respuestas en su interior y dejándose llevar por la interpelación, la duda y el asombro buscó respuesta en su espacio interior. Vive una vida simple, sin certezas, disfruta de las pequeñas cosas de la vida y siendo adulto curso los estudios del profesorado de filosofía. Un simple personaje en el cual pude encontrar en él, muchas facetas de mi modo de ser, de mi personalidad y la forma de interpretar al mundo, con el cual, valga la redundancia, me identifico.

Cuando abordamos la identidad como un problema filosófico, es algo así como una narración que hacemos de nosotros mismos, pero también una imagen social que viene de afuera. Nos reflejamos en un gran espejo que es la familia y la sociedad en la que nacemos. Es una construcción narrativa temporal, que va cambiando de aspectos en ese tránsito en la atravesamos diferentes etapas y en cada una de ellas vivenciamos experiencias que nos abren al conocimiento y al aprendizaje, algunas de ellas son buenas o positivas porque nos producen placer y alegría y otras malas o negativas que nos angustian. Pero necesarias para el crecimiento. Sin ellas sería imposible aprender. Los obstáculos, las frustraciones, los fracasos son piedras que se interponen en nuestro camino y nos hacen caer, pero que nos enseña a levantarnos, en cada una de ellas, a veces, quedan heridas, pero el transcurso del tiempo se encarga de que cicatricen y de fortalecernos. Mi viejo me decía que en la vida los problemas tienen soluciones y hay que encontrarlos haciéndose cargo de los mismos, enfrentando cada dificultad con decisión, coraje y esfuerzo. Inclusive decía él, que cuando ya no había más solución a los problemas, la muerte también era una última solución.  

Heidegger decía que el ser humano es arrojado al mundo. Somos "seres para la muerte", somos una posibilidad entre las muchas posibilidades que se presentan durante nuestra vida, pero entre todas estas posibilidades, está la muerte, la posibilidad de dejar de existir y tenemos conciencia de ello y eso nos angustia.

Por eso cada día que nos levantamos debemos agradecer de estar vivos, de enfrentar los obstáculos que se interponen en el camino con la cabeza erguida, sin miedos, porque el miedo nos paraliza, inmoviliza. Todos los días debemos elegir frente a diferentes posibilidades que se los abren. Pero ¿somos libres de elegir?

“El hombre es lo que hace, con lo que hicieron de “el”, nos dice Sartre. Como seres sociales, gregarios que somos, necesitamos del otro para existir. De una familia que nos cobije, de la escuela para socializarnos, de los amigos para poder crecer. Pero eso nos condiciona, hace que nuestra libertad se restrinja para poder convivir con los demás.

Somos una esponja absorbemos todo lo que hay a nuestro alrededor, ideas, pensamientos, conocimientos, costumbres, hábitos, códigos morales y éticos. Nuestra sociedad es un rizoma que va construyendo raíces de un entretejido social que se expande horizontalmente con códigos culturales que se solidifican a través del tiempo. Somos seres condicionados por la realidad que nos rodea, familia, sociedad, medios de comunicación. Entonces ¿tenemos posibilidad de construir ideas propias? ¿hay lugar para un pensamiento propio?

En mi experiencia personal, soy un cúmulo de ideas robadas, de mi familia, de los grupos en los que he participado en diferentes momentos, de los libros que he leído y de los diferentes niveles educativos transcurridos. Recuerdo en algún momento haber creído tener una idea original y una de ellas fue la de vivir una vida en contacto con la naturaleza. Para ella tuve que romper con la vida artificial que llevaba en la gran urbe de cemento llamada Buenos Aires. Allí tenía mi futuro asegurado. Una profesión. Un trabajo redituable. Vida nocturna… etc., Pero mi reloj biológico demandaba otra cosa. Un día desperté con la decisión de tirar todo por la borda, todo lo construido hasta ese momento. Renuncie al trabajo y a la salida de la oficina compré una mochila, la llene de lo mínimo indispensable para viajar y sin mucha carga encima comencé el largo trajinar hacia Machu Pichu. Naturaleza pura. Lejos de la gran ciudad, de las luces de la noche que te encandilan los ojos. Despojado de la seguridad del hogar y de los bienes de consumo. Encontré el lugar que necesitaba, y ese, era mi mundo interior. Por primera vez, tomé conciencia de que estaba solo en este mundo y que necesitaba hacerme cargo de mi vida, de ser feliz, de hacer fluir mis instintos y mis sentimientos. Mi cabeza, después de esa inolvidable experiencia, cambió de rumbo. Apague el televisor, deje de seguir a la manada y di autenticidad a mi vida.