La relación entre la
filosofía y la educación es muy intima. Filosofar en la educación y hacer
filosofía sobre educación son dos cosas que están hermanadas. La filosofía es
el amor por el saber, por el conocimiento, la sabiduría. Y están relacionadas
no solo en lo teórico, sino también en el sentido práctico a tener una buena
vida y la educación es lo que nos indica el camino a tener una vida buena.
¿Cómo es una vida buena,
bella y valiosa?
¿Cómo debemos educarnos?
Sócrates decía: “no sabremos
adecuadamente que debemos hacer y padecer, mientras no sepamos qué somos” Él
nos decía que había que acatar el consejo de Apolo de “conócete a ti mismo”.
Una vida sin examen, sin reflexión, no merece la pena ser vivida.
Kant decía que todas las
grandes preguntas que nos podemos hacer ¿qué puedo saber? ¿qué debo hacer?, se
resumen en una sola pregunta ¿qué es el hombre?
La antropología en sentido
pleno sería la primera o la última pregunta filosófica.
De acuerdo con lo que
creamos ¿qué somos? Contestaremos ¿cómo nos conviene vivir? Y aprender a vivir.
Todas las pedagogías
encierran en su seno ¿qué somos y para qué estamos en este mundo?
Hay cuatro filosofías que
nos hablan de educación y de cada una de ellas podremos sacar algo de positivo
y vemos y observamos cómo cada unas de ellas se complentan y se materializan.
La educación debe de ser un
proceso hecho de comprensión, de libertad y de felicidad. De nada sirve un
método educativo basado en la memorización, en el aburrimiento y en la
coerción.
Platón expuso un esquema
antropológico basado en cuatro visiones del hombre que es utilizado en la
actualidad. Según el esquema Platónico el hombre se divide en tres partes
principales: intelecto, voluntad, deseos
o emociones, cabeza, tórax, abdomen y que están simbolizadas en el mito del
carro alado conducido por Auriga y los dos caballos. A ellas le corresponden
como virtudes: la sabiduría, la valentía y la moderación o equilibrio. Es decir
los tres aspectos del alma: intelecto, voluntad y emotividad. Ninguna de las
tres puede funcionar cada una separadas de las otras.
El aspecto emocional siente
todos los matices posibles entre los dos polos sentimentales positivo -
negativo, placer - dolor, felicidad – tristeza, miedo – esperanza, alegría –
melancolía. El ser humano no solo es capaz de sentir, miedo, hambre, frio,
sinoque es capaz de tener sentimientos sublimes como la música, la religión y
la metafísica.
No hay solo sentimientos, sino también
inteligencia y voluntad. No es posible tener esperanza sin tener idea de lo que
se espera y de que eso lo queremos.
El aspecto volitivo toma
decisiones, elige, quiere algo. También tiene dos polos uno positivo y otro
negativo, queremos o rechazamos algo. Muchos animales tienen voluntad, aunque
no todos en el mismo grado. En los seres humanos la voluntad es bastante
autónoma respecto de determinaciones instintivas. No es posible tener voluntad
sin tener sentimientos e inteligencia. Aunque no sabemos cómo influye la una y
la otra en las decisiones que tomamos. Este es un problema fundamental.
El aspecto intelectivo
piensa, comprende, intuye, razona, duda. El hombre tiene una gran capacidad de
intelección y raciocinio como lo deja de manifiesto en todas sus actividades
culturales y vitales en general. Es el razonamiento el que le permite a una persona representarse su vida y su destino como un todo. Plantearse cosas como
su identidad y su supervivencia o ¿qué hacer con su vida y cómo educarse?.
Cada una de las concepciones
acerca del hombre y por tanto la educación de acuerdo al peso o la importancia
relativa que conceden a cada una de estas diferentes partes de la psique que se
acaba de describir, aunque lo ideal sería que estuvieran en armonía todas
ellas, si el hombre está ante el continuo problema de cómo vivir, es porque hay
algo conflicto interno. Es un conflicto entre el corazón y la cabeza, dentro de
la cabeza, entre la voluntad y las emociones, entre la razón y el deseo. Cada
concepción antropológica se distingue por la jerarquía o por la relación de
armonía que se establece entre las partes de la psique. Cada uno de estos
aspectos podrían considerase de acuerdo a distintos aspectos o variables.
Para el problema de la
educación es saber, qué respuestas nos hacemos a la cuestión siguiente: ¿el ser
humano por naturaleza tiende hacia el bien o hacia el mal? Es decir, si somos optimistas o pesimistas.
El pesimismo buscando una
explicación al mal cree que la persona tiende por naturaleza a lo malo. Es
decir, que es intrínsecamente pecaminoso en un lenguaje teológico, salvo por
una providencial gracia divina, o por un rígido padre o profesor, el hombre no
haría nada bueno.
El optimismo se fija más en
la existencia del bien, la belleza y el sentido del mundo, piensa que tendemos
al bien por naturaleza, aunque a veces nos equivocamos y hacemos el mal. Este
factor influye más en la educación que la ideología pedagógica que uno tenga,
aunque ese factor se complementa mejor con algunas ideologías que con otras.
Un profesor pesimista o amargado difícilmente promoverá un ambiente amistoso y feliz, como el que se requiere en la educación y recurrirá habitualmente a la coerción y al miedo. No confiará en la naturaleza de los jóvenes y pensará que debe decirle a los chicos cuánto, cuando, qué y cómo tiene que comer, dormir, respirar. Todo lo dinámico y vivo lo verá como una molestia. Desorden y ruido. Preferirá un alumno silencioso, acrítico y mecánico. Hay una pulsión a lo inercial y a lo muerto en el pesimismo.
Un profesor pesimista o amargado difícilmente promoverá un ambiente amistoso y feliz, como el que se requiere en la educación y recurrirá habitualmente a la coerción y al miedo. No confiará en la naturaleza de los jóvenes y pensará que debe decirle a los chicos cuánto, cuando, qué y cómo tiene que comer, dormir, respirar. Todo lo dinámico y vivo lo verá como una molestia. Desorden y ruido. Preferirá un alumno silencioso, acrítico y mecánico. Hay una pulsión a lo inercial y a lo muerto en el pesimismo.
Desde el punto filosófico
como pedagógico se adopta una postura optimista. Hay buenas razones para
rechazar el pesimismo: 1) científicamente podemos decir que al ser el fruto de
una larga y selectiva vida evolutiva, es imposible pensar en hacer lo contrario
a lo que nos conviene; 2) desde la filosofía, si se adopta posiciones como la
de Sócrates, Platón o Aristóteles y creer que las cosas tienden por sí a realizar
su ciclo propio, tiene que confiar en lo que cada ser hace; así como los
animales y las plantas saben que les conviene y solo se equivocan por
accidente; así el hombre desde el seno materno tiende a lo beneficioso.
Esta idea es la base de
cualquier pedagogía positiva u optimista.
Las cuatro concepciones
antropológicas y pedagógicas son:
La primera nos dice que no
tenemos esencia ni estructura alguna, es decir, que no tenemos características
propias que nos definan y que la educación debería fomentar y desarrollar y
hacer crecer. Por lo tanto piensa que “TODA EDUCACIÓN ES MANIPULACIÓN”. Se
pregunta ¿qué es el hombre y para qué está?. Esta teoría contestará: es NADA y
está para NADA. Es decir que no somos nada predeterminado, no tenemos esencia
ni finalidad preestablecida, sino que somos una existencia plenamente abierta.
Estamos condenados a ser libres diría SARTRE. Con un sujeto podríamos hacer
cualquier cosa y él mismo podría hacer cualquier cosa de sí mismo. ¿Cómo
deberíamos vivir? Está pregunta no tiene respuesta. Pues, no hay un cómo vivir
por naturaleza. En la versión más optimista de esta concepción nihilista, somos
el resultado de nuestras decisiones espontáneas
e instantáneas. En una versión más pesimista, somos solo el fruto del
entorno o de la sociedad que nos moldea desde la nada. Como no hay una esencia
humana, salvo la no esencia, no hay tampoco una finalidad que nos corresponda
por naturaleza.
Bajo esta concepción
subyacen diversas teorías. Por ejemplo Nietzsche, basa una concepción muy
elitista de la educación. Educación sería para los muy pocos que tienen la
valentía de admitir que la existencia no tiene en sí misma valor, que nada hay
bueno ni malo más de lo que cualquier persona decida en cada momento y que no
se deja construir de acuerdo a ninguna idea.
Desde una perspectiva
Budista, según Buda si reflexionamos, nos daremos cuenta de que tras todas las
apariencias no hay nada y nosotros mismos no somos nada. Todo es un juego ilusorio.
La pedagogía tendría que demostrarnos
esa nada. Y en eso consiste la meditación en liberarnos de todo sentimiento, de
toda intención y de todo pensamiento; o quizás contemplarlos pasar sin
identificarnos con ellos.
Quizás la interpretación más
fácil y natural de esta concepción abierta del hombre, sería una pedagogía
radical o anarquista, según la cual “toda educación es manipulación”. El
Estado, la familia, la iglesia son instituciones coercitivas y manipuladoras
que intentan formar a un individuo a partir de la nada.
Las instituciones
pedagógicas, por más bien intencionadas que quieran ser, son necesariamente
perversas, pues intentan normativizar y someter a patrones o leyes a lo que de
por sí es completamente libre y caótico. La educación mata la espontaneidad y
someten a los individuos a constantes evaluaciones y juicios exteriores y
superiores, cuando el único juicio es el que hace uno mismo en el instante
mismo. Por lo tanto, es imposible que una escuela sea un lugar de realización y
vida. La única educación pensable es la no educación, la no intervención,
dejando a los chicos en un juego completamente libre y espontáneo, sin reglas
ni finalidades, sin recompensas ni evaluación. Toda intervención es
condicionamiento externo.
Está concepción es de difícil
aplicación en la práctica. Es más bien una concepción teórica extrema a la que
hay que tener en cuenta a nivel argumentativo porque influye en la praxis
pedagógica. La praxis que nos recomienda esta concepción es no la intervención.
Pero la no intervención tampoco es neutral. Por ejemplo: si un padre o madre
acarician a un hijo o dejan de hacerlo y le recriminan una acción poco
solidaria o lo dejan actuar a su antojo, sin ni siquiera ofrecerle argumentos
por temor a manipularle, esto no es neutral. La no intervención es también una
forma de manipulación o de abandono.
¿Puede esta concepción
denunciar la manipulación de la familia, la escuela o la sociedad? No puede
hacerlo porque esto implicaría que hay algo bueno o malo por naturaleza, algo
que le corresponde a la persona y que habría que proteger. Pero si lo bueno, lo
malo, con construcciones del individuo en ese instante. Entonces, ¿cómo
calificar de buena o mala a una educación cualquiera por más coercitiva o
monstruosa que sea? Inclusive si
pretendemos reclamar el derecho de cada uno a hacerse como él desee, estamos
reconociendo que por naturaleza es buena la libertad de cada uno; es decir, que
existe un derecho natural anterior a que el sujeto lo construya o más bien lo
descubra. Pero en este caso deberíamos educar para la libertad, impidiendo de
algún modo que algunos falten a la libertad de los demás.
No es aceptable que toda
educación sea manipulación o que la mejor educación sea la que no existe. Sin
embargo, esta teoría tiene mucho de positivo, los aspectos positivos van a ser
que el protagonista primero y último de la educación es uno mismo y por lo
tanto todo individuo que la sienta como coercitiva, es muy difícil que esté
justificada, aunque todos seamos de la misma especie y eso nos permite suponer
que tenemos mucho en común, también debe de tenerse en cuenta de que cada uno
es un mundo, en el que los demás tienen que entrar con respeto sin traer normas
o estándares homogeneizadores que imponer. Si es verdad que tenemos una
naturaleza que dejar aflorar eso, debe de hacerse sin violentarla. Nunca debemos
creer que sabemos mejor que la naturaleza misma de convertirse en qué es y en que debe de convertirse cada uno.
Educarse debe de ser un
juego lo más libre posible, sin más fines que el mismo juego en el propio
instante, si creemos que el individuo tiene una naturaleza libre capaz de
sufrir y ser dañado y que le debe de ser respetada.
La segunda concepción es la
de la emotividad o la capacidad de
emocionarnos, si en algún momento de nuestras vidas perdemos la emotividad,
perderíamos toda motivación para vivir.
Emotivismo
y búsqueda de la felicidad, es la segunda corriente
pedagógica o antropológica, la que afirma que nuestra esencia son los
sentimientos. La finalidad última de la vida es la felicidad, al fin y al cabo una
persona debería alcanzar un estado sentimental positivo y duradero en lo
posible. La bondad de la vida se mide por la felicidad vivida. Los hedonistas
antiguos como Aristipo y Epicuro y los sentimentalistas modermos como Hume o
John Stuart Smill, representan esta concepción. Esto no hay que entenderlo
como la satisfacción de algo privado.
John
stuart Smill dijo: “prefiero ser un Sócrates satisfecho,
que un cerdo insatisfecho”.
La diferencia entre
satisfacciones no es meramente cuantitativa sino cualitativa. Hay sentimientos
muy sublimes como los que provoca el arte, la ciencia, la moral o el
sentimiento religioso. No se pueden poner en la misma balanza sentimientos como
el hambre o la música de Bach o el sentimiento provocado por la contemplación
de la injusticia. Tampoco hay que pensar que nuestros sentimientos sean
diáfanos. Podemos confundirnos respecto a lo que nos hará realmente felices,
podríamos no saber bien qué es lo que sentimos o no reconocerlo adecuadamente.
Así hay lugar para una verdadera educación sentimental, pero lo que da valor a
nuestras vidas y las valoraciones son en último extremo, los sentimientos.
Nuestra inteligencia y nuestra voluntad están al servicio de nuestras
emociones.
Las concepciones pedagógicas
modernas, llamadas alternativas se inspiran en este tipo de antropología. Los
sentimientos fueron olvidados durante mucho tiempo en la tradición pedagógica,
que incluso llegó a decir que “la letra con sangre entra” y que “el
dolor engrandece”.
Una filosofía
sentimentalista tendrá que defender que el objetivo último y fundamental de la
educación es conseguir personas felices que gestionan bien sus sentimientos en
armonía con su entorno social y natural.
¿Qué contenidos y qué medios
tendrá la educación?. En cuanto a los contenidos, todo es importante saberlo,
pero cada cosa lo es en el sentido de diferente grado y modo según esté
orientada a conseguir el objetivo último de la felicidad humana. Se nos debe
instruir para realizar trabajos eficientemente o para apreciar el arte, en la
medida en que nos conduzca a la felicidad individual y colectiva, no por el
mero objetivo de producir o por algún otro fin por más sublime que parezca.
Una existencia infeliz nunca
está justificada y la felicidad es como mínimo la prueba de que lo hemos hecho
bien. Por eso el principal contenido de la educación debería ser la educación
sentimental o emocional tan ausente en la mayoría de los sistemas educativos.
Aprender a reconocer nuestros propios sentimientos y a gestionarlos
adecuadamente, en eso consistiría el autoconocimiento.
El modo de realizar esta educación emocional está basado en el amor y el respeto por el sentimiento de los chicos o del educando, desde el primer momento de su existencia en el seno materno hasta el último día de su vida.
Solo mediante el respeto de
los sentimientos podemos conseguir conducir a una persona a aquello que le
conviene para vivir una vida buena y feliz. Podemos estar seguros de todo
aquello que resulta más doloroso que satisfactorio es perjudicial y no supone
una correcta educación. En ese camino hay que dar prioridad a la satisfacción
que al dolor. Una administración bien medida de placeres y dolores, premios y
castigos es la única manera de conducir a alguien hacia donde queremos que
vaya, lo que se suele llamar inadecuadamente conductismo.
La educación no puede
plantearse en términos de conducir a nadie a donde nosotros queremos, hay que
señalar la simetría que existe entre satisfacción y dolor, entre premios y
castigos.
Los filósofos y los
psicólogos suelen coincidir en que el refuerzo de la conducta es mucho más útil
que el negativo. Bajo castigos un sujeto actúa con miedo y desconfianza, eso no
potencia sino que inhibe las capacidades. Bajo el estímulo positivo, en cambio,
el sujeto se siente más seguro y saca lo mejor de sí. Por lo tanto, la
educación debería consistir en hacer feliz al que va por el buen camino, que
hacer mal al que se equivoca. No podemos forzar o violentar. Por lo tanto, un
sentimentalismo optimista o positivo goza de mayor justificación que uno
pesimista y negativo.
Filosóficamente se le pueden
plantear ciertas objeciones a esta concepción sentimentalista porque hacer
depender toda la conducta y todos los valores, lo bueno y malo, lo justo y lo
injusto, del agrado o desagrado que nos puedan provocar por sublimes que estos
sean: ¿No es adiestramiento más que educación?
Así lo pensaba, por ejemplo,
Kant. Las objeciones que pueden
hacerse es que pueden entrar en conflicto nuestras expectativas de
satisfacción, con nuestras creencias de lo que sería justo o correcto. En ese
caso ¿habría que inclinarse por lo primero?
Ejemplo: una madre que ha
sufrido mucho por la muerte de un hijo. ¿Podría extirparse de su cerebro toda
la historia de su hijo o su sufrimiento? Otro ejemplo sería si una droga otorgara la felicidad permanente a nosotros ¿tomaríamos esta droga? Otro
ejemplo seria que si un ejército enemigo nos pide que sacrificásemos a una
persona inocente para salvarnos de la invasión ¿deberíamos hacerlo? ¿deberíamos
satisfacer a todos o a la mayoría?
Hay cosas que no se pueden
medir por la satisfacción que provoque o por lo que pudieran provocar. La
verdad, la justicia no son negociables en términos emocionales. Llevar una vida
auténtica o decente puede ser más importante que ser feliz, en el caso de que
se diera este conflicto.
¿Por qué habría de ser más
importante de respetar nuestros sentimientos que nuestras convicciones?
Sacrificamos nuestros placeres por cosas que creemos necesarias y justas, no
solo como un medio para conseguir mayor satisfacción, porque muchas veces no sabríamos
si podríamos conseguirlas.
Los sentimientos son la
causa o los efectos de lo valioso. ¿La equidad o la verdad son valiosas porque
son satisfactorias o son satisfactorias porque son intrínsecamente valiosas?
Los sentimientos son el síntoma que a compaña a ser justos y veraces.
Quizá tengamos que ir más
allá de una educación sentimental, dando más peso a una educación moral y
racional, sabiendo que estos aspectos están siempre interrelacionados.
Hay mucho de positivo y de
necesario en estas pedagogías que rescatan y reivindican el respeto por los
sentimientos, que han sido demonizados y despreciados a lo largo de la historia
pseudo-racional, mística y represora. Los placeres son vistos como algo
perverso por muchas concepciones religiosas, e incluso se elogia al dolor como
prueba de espiritualidad y rechazo de este mundo, habiendo un pesimismo hacia
la naturaleza humana que sigue haciendo daño a muchas instituciones, desde la cuna
al trabajo pasando por la familia y la escuela. Es muy difícil justificar una
vida humana insatisfactoria por mas virtuosa que se la suponga.
Los sentimientos siempre
deben de ser tenidos en cuenta, e incluso es lo único con lo que contamos, como
el médico ante los síntomas.
Ninguna educación que se
base en el dolor y el miedo o que ignore los sentimientos es verdadera
educación. Que los niños se aburran en la escuela o que le tengan miedo o le
produzca stress, todo ello demuestra que hay fracaso en nuestro sistema de
educación, tanto en la escuela como en la casa. Los sentimientos han sido las
principales víctimas.
Kant llama a este principio:
imperativo categórico o regla de oro
en la tradición ética. No es lícito tratar a una persona como un mero medio,
tan libre como soy yo tiene que poder serlo cualquier otro. Nadie puede
justificar la más mínima injusticia. No merece vivir quien vive sobre
injusticias.
Kant no busca el desprecio
de la felicidad. La felicidad es un objetivo legítimo siempre que no entre en
conflicto con el respeto de la ley moral. No aspiramos a ser felices, sino solo
a merecerlo.
La pedagogía
voluntarista se pregunta ¿ cómo
deberíamos educar a un hombre? Ahora no es lo más importante la educación
emocional, sino la de la conciencia
moral. No hay que fomentar que las cosas se haga por empatía, por miedo o
cualquier otro sentimiento, sino por el deber mismo.
Kant sostiene que no se
puede educar mediante premios y castigos, porque sería adiestrar a un ser
servil, al contrario, a veces hay que enseñar a sobreponerse a los sentimientos
por muy compasivos que sean sino responden a lo justo. Es cierto que tenemos
sentimientos morales, como el sentimiento de respeto hacia lo justo o el de
arrepentimiento por nuestra mala conducta. Hay que cultivar y alabar esos
sentimientos, pero no puede creerse que esos sentimientos sean el origen de la
moralidad. Ni educarse en el discurso de que tenemos que ser justos para
satisfacer esos sentimientos. Entonces debemos preguntarnos: ¿si la conciencia
moral ya la tenemos para que es necesario educarla?
A esta concepción se le
puede hacer varias objeciones. Un emotivista dirá que la voluntad es siempre
esclava de las pasiones, como decía Hume. Para un Socrático intelectualista
moral lo que hay de incomprensible e incluso de inaceptable en el voluntarismo
es que uno pueda elegir lo malo sabiendo de antemano que es lo bueno.
Las objeciones a la antropología
y pedagogía voluntarista es que una persona puede elegir el mal sabiéndolo,
cuando se elige lo injusto el sujeto sabe que debería querer lo contrario, esto
es lo que hace que tenga sentido los conceptos de mérito y culpa. Somos
culpables porque sabiendo que es bueno y que es malo, escogemos lo malo, y
todos los juicios que hacemos de las personas, damos por supuesto que eligieron
lo peor a sabiendas. ¿Por qué elige uno lo que sabe que es malo? Porque sale él
beneficiado, porque es bueno para él, obtiene alguna utilidad o provecho. ¿Cómo
puede hacer bien lo que en sí es malo? Si le hace bien a una persona, ¿por qué
considerar que es malo y tener por bueno otra cosa? Si es verdad que nos
perjudicamos al elegir lo injusto porque nos estamos condenando para siempre, o
estamos degradando lo que es más valioso, lo que ocurre es que se padece
ignorancia. Ignorancia en lo fundamental, nadie elige voluntariamente su
ignorancia. Parece completamente irracional que sepamos lo que es bueno y
elijamos lo malo. ¿ Es esto la libertad? ¿Será libre quien conoce lo
verdaderamente bueno y tiene la fuerza suficiente para conseguirlo? Tal vez,
tengamos que buscar otra explicación al mal, quizás en vez de culpa sea
ignorancia.
El voluntarismo Kantiano,
desde una visión optimista tiene grandes virtudes, en especial porque nos
recuerda nuestra naturaleza moral, nuestro sentido de la justicia y dignidad
inalienables. La persona no es negociable. La educación no debe consiste en un
amaestramiento o adiestramiento emocional. No cualquier satisfacción es
adecuada, sino aquellas que se apoyan en el sentido de la libertad y la
justicia.
Conócete a ti mismo.
Esta filosofía fue desarrollada por Sócrates y Platón. Socrates vivió y murió bajo la democracia ateniense. No escribió nada y apenas salió de Atenas. Tuvo fama de una persona honesta, incorruptible, sensible, sencillo, austero, irónico y conversador. Su dedicación preferida era dialogar con sus discípulos en la plaza pública. En esta época los sabios sofistas educaban a cambio de dinero enseñando las técnicas del saber hablar y otros saberes. Sócrates a diferencia de los sofistas decía que él no sabía nada y por lo tanto no podía enseñar a los demás. ¿Qué es lo más importante que tenemos que saber? Según Sócrates, qué somos y que nos corresponde. ¿Qué es el hombre? ¿Qué es lo bueno? ¿Qué es la virtud? Cómo vivir una vida buena y decente Lo primero que debemos saber es qué somos.
Para una visión intelectiva,
la educación es una visión esencial de la vida, que se identifica con la vida
misma. La educación es el proceso por el cual salimos de la ignorancia. Nos damos
cuenta de que una vida sin reflexión es una vida ilusoria y buscamos en la
medida de lo posible comprender nuestra naturaleza esencial y la del resto de
las cosas. En ese camino las personas llegan a saber y ser quienes son.
La labor del educador
consiste en ayudar a cada persona a que descubra ese conocimiento esencial que
posee en sí mismo de manera innata. No se trata introducir en su mente vacía y por la fuerza
cosas ajenas que no estaban, sino más bien limpiar de escorias una mente
inconsciente de su propia sabiduría. Esto implica la necesidad de un diálogo
amistoso o amoroso en el que el educando, que es el principal protagonista,
tiene que estar comprendiendo la visión y su importancia vital y asintiendo
cuando entiende o preguntando cuando duda. Solo bajo un estado de amor, de amor
por el saber, puede haber verdadera educación. Y esto es así aunque sea un
diálogo con uno mismo. Platón decía que pensar es dialogar con uno mismo. Ninguna
educación mecánica, memorística, repetitiva puede enseñar nada. La educación
debe apelar a la capacidad racional. El maestro preguntará mediante preguntas
las insuficiencias de las creencias del alumno o de uno mismo y esto purificará
a uno de su ignorancia. A partir de ahí podrá buscar el conocimiento auténtico
mediante la dialéctica, es decir, el razonamiento acerca de las diversas
opciones de respuestas. No se puede a nadie durante el proceso educativo
culparle de su ignorancia, ni de su maldad, como tampoco alabarle por
su sabiduría. Cada uno actúa según su mejor parecer y si alguien quiere cambiar
sus actos, primero debe de cambiar sus convicciones. Si el alumno no disfruta
con las enseñanzas del maestro, es porque no las entiende. Eso implica que el
maestro no las presentó adecuadamente, tampoco puede ponerse el centro de la
educación en los sentimientos intentando comprar la inteligencia, aunque hay
que pensar que los sentimientos deben de estar en armonía con la razón. Esto se
expresa en la tesis Socrático – Platónica optimista de que solo lo justo es
feliz- es preferible sufrir daños a infringirlos, porque cuando te dañan tu
dignidad queda intacta, pero cuando dañas es la mejor parte de ti la que sufre.
Las objeciones o críticas
que se le hacen a esta concepción es poner el acento fundamentalmente en la
capacidad racional que desestima las otras facultades de los otros aspectos
psíquicos como la voluntad y las emociones.
Si solo hacemos lo que
creemos correcto, entonces parece que no somos libres ni responsables de
nuestros actos y para el sentido común las personas no actuamos así, sino que
nos consideramos responsables y culpables por hacer el mal a sabiendas. Esta teoría
choca con el sentido común. El Socrático contestará que una de las principales
ignorancias consiste en que hacemos el mal a propósito. El arrepentimiento se
da cuando comprendemos que no se debe hacer eso y no porque nos equivocamos. Esta
es una moral muy difícil de aceptar porque habitualmente pensamos en términos
de venganza, más que de razón y de justicia.
También podemos objetar al
intelectualismo moral que depende de una metafísica muy discutible y muy poco
aceptada, de la que existe una esencia inmaterial de las cosas y que nosotros
podemos captarla.
Sin embargo, podemos
compartir de la pedagogía Socrático - Platónica, sin compartir exactamente sus
tesis metafísicas.
Esta concepción
antropológica pedagógica que llamamos Socrático - Platónica, tiene grandes virtudes. Desde esta visión se puede
fundamentar una pedagogía que sea respetuosa con los alumnos y racional que ni
amaestre bajo condicionamiento emocional, ni culpabilice, sino que valore todo
el mal en la ignorancia y deposite toda su confianza en la educación.
No le des a la enseñanza una
forma que les obligue a aprender por la fuerza, porque no hay ninguna
disciplina que deba aprender el hombre libre por medio de la esclavitud. El alma
no conserva ningún conocimiento que haya entrado en ella por la fuerza. No empleemos
la fuerza para instruir a los niños, que se eduquen jugando y así podremos
conocer mejor de qué está dotado mejor cada uno de ellos.
Hay dos caminos uno el de la
del castigo y el otro camino llegó a la conclusión de que toda ignorancia es
involuntaria y nada se querrá aprender sobre cualquier asunto quien crea que ya
es sabio en eso. La educación del castigo conlleva muchos sufrimientos y da
poco resultado.
Las cuatro concepciones
filosóficas sobre ¿qué somos? y ¿por qué nos conviene educarnos? De las cuatro
podemos extraer enseñanzas muy útiles si intentamos armonizar los matices más
importantes de cada una.
La educación debe de servir
para que el hombre tenga una vida auténtica, buena y feliz, y esto puede
hacerse mediante una educación que trate al alumno como una persona basada en
el respeto y no en una relación coercitiva o en una disciplina no deseada.
No puede educarse para la
comprensión mediante la memorización mecánica.
No puede educarse para la
libertad, mediante la esclavitud o la dominación.