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domingo, 6 de abril de 2014

Argentina: Inseguridad, violencia, linchamientos ¿Qué nos pasa?.

En estos días tan convulsionados por la inseguridad, por la violencia y los linchamientos, que nos aleja cada vez más de una sociedad democrática para convertirnos en unos seres abominables con conductas tan primitivas que me avergüenzan de formar parte de la comunidad humana, me indujo a pensar sobre el tema. Recordé que hace tiempo había visto un programa en Encuentro que me gustó mucho Mentira. La Verdad. Allí se reflexiona sobre el concepto de comunidad y hoy volví a mirarlo y me pareció que era bueno compartir algunos conceptos que se plantean sobre el tema.     
¿Qué es el fundamento de todo orden social: la comunidad o el individuo?.
En la filosofía política hay dos posturas: el comunitarismo  que tiene sus raíces en la antigüedad y el contractualismo que se instala en la modernidad.
Estas dos posturas se polarizan y no le encuentran  la vuelta a la cuestión del otro.
El comunitarismo entiende a la comunidad como algo previo al individuo. Nacemos siempre dentro de un marco social condicionados por un sistema que nos constituye.
Para Aristóteles la comunidad era una gran familia, una estructura familiar, una unidad a través de lazos sanguíneos, que luego se convierte en aldea. La aldea también se agranda y se vuelve comunidad.
Dentro del comunitarismo, ¿qué es aquello que nos une?, ninguna persona existe desvinculada del otro. La comunidad que formamos tiene tradiciones, leyes, valores. El mundo nos va condicionando nuestra propia identidad. La comunidad nos condiciona llevando una marca que se manifiesta con la exclusión del otro. En nombre de la propia comunidad se niegan derechos y necesidades a otras comunidades, llegando a considerarlas inhumanas.
Toda fundamentación metafísica de una comunidad, deja sin efecto cualquier argumentación crítica en nombre de un Dios, de una Patria o de una tierra, que se coloquen por encima de la voluntad general justificando cualquier cosa.
Por el otro lado está el contractualismo. Los contractualistas, piensan que el hombre por naturaleza no es un ser social, sino un ser individual y aislado que ingresa a la sociedad por elección. La sociedad es una consecuencia, no es previa, lo único previo es el ser humano libre, individual y con el deseo de sobrevivir.
Thomas Hobbes, pensaba que los hombres por naturaleza son células individuales. Individuo significa que no se puede dividir. Entonces, si nacemos por naturaleza individuales ¿por qué decidimos vivir en sociedad? La respuesta es evidente y es por conveniencia. Nacemos individuos libres, egoístas, racionales y con miedo a morir. Para prevenir una guerra de todos contra todos, enajenamos nuestra libertad firmando un contrato de sujeción a la ley, dando nacimiento al orden social.
Si el origen está en un contrato, entonces se replica en todas las instituciones, convirtiendo todo en un contrato: la amistad, la enseñanza, el matrimonio.
El universalismo que se deriva del contractualismo supone anteponer la igualdad individual ante la ley a cualquier condicionamiento comunitario previo.
¿No es el indivualismo también un valor metafísico, un paradigma previo del que se parte? ¿Se puede pensar realmente desvinculado de nuestro entorno?
Se puede pensar esta cuestión desde otra perspectiva. Todo lo que venimos presuponiendo hasta ahora, parte de suponer que la idea de comunidad deriva de lo común. Comunidad es todo aquello que compartimos, aquello que muchas personas tienen en común. Si lo común es propiedad de cada uno de los individuos, caemos en una paradoja, lo común se identifica con su opuesto, lo propio. ¿Tenemos en común lo que es propio de cada uno? ¿cada uno es propietario de lo que tenemos en común?
Sin embargo, en la etimología de la palabra comunitas, encontramos el término munus, que nos lleva a las ideas de deber y don. El munus es el don que se da, porque se debe dar y no se puede no dar. Pero indica solo el don que se da y nunca el que se recibe, no implica estabilidad ni ganancia, solo sustracción, pérdida, cesión. El munus es la obligación que se ha contraído con el otro.
Así podemos pensar a la comunidad no como algo en común, sino como el compartir una carga. Es el conjunto de personas a las que une, no una propiedad, sino un deber, una deuda, un don a dar, personas unidas no por un más sino por un menos. Personas unidas por una falta. Compartimos el deber por el otro. Esta propuesta se basa en priorizar no a los idénticos o iguales a nosotros, sino a los diferentes
Los modelos más preocupados por la seguridad de los propios son lo que han generado los más grandes actos de violencia. La obsesión por la defensa de los propios, como un modo de asegurar cierta naturaleza pura, no es más que el miedo que causa el saber que en el contacto con el otro, nos vemos obligados en transformarnos en nosotros mismos.
Tenemos que comprender que en este mundo no hay hombres puros. No se trata de amar lo que uno es, sino de no convertir este amor en odio por el otro. El orgullo de una comunidad se vuelve excluyente cuando se utiliza los criterios de identidad de estigmatizar el diferente.
La importancia del otro, es que el otro irrumpe con su alteridad radical y nos abre.
Pero se puede rechazar al munus, así el inmune es el que cree estar exento de esta carga con el otro. Pero ¿quién es el inmune? El protegido, el puro, el seguro, aquél que se aferra a lo propio por sobre todas las cosas y se amuralla para apuntalar su propia comunidad inmunizada de los de afuera. Volviéndose la clave de toda filosofía política moderna.
Todos tenemos una tendencia a la inmunización que se manifiesta tanto en lo biológico, como lo jurídico e incluso en lo tecnológico.
La cuestión es no radicalizarla porque si se piensa que todo lo extraño viene a destruirnos, la acción inmunitaria se nos vuelve una obsesión por las políticas de seguridad. Pero la seguridad no es para todos, solo es seguridad para algunos, para los que están adentro de esa comunidad y es exclusión para los que se quedan afuera.
¿Pero dónde colocar el límite? ¿Qué nos hace extraños: un color de piel, un crédito bancario, una religión, un olor, un aspecto físico? ¿Qué es una medida de inmunización? ¿No es inocularse una dosis de la misma enfermedad contra la que se está combatiendo? ¿No se produce más muerte, si para combatir la muerte se mata a los que matan? ¿Tiene sentido legitimar la muerte para salvar la vida? ¿No nos estamos matando?
Entonces, ¿qué comunidad queremos? ¿Cómo es la comunidad que viene?
Giorgio Agamben, nos da el concepto de cualquiera, de una comunidad abierta para cualquiera, significa que no se pone en juego lo propio para ser parte. Cualquiera es parte de la comunidad.
Roberto Espósito nos recuerda que la idea de hospitalidad se entrecruza en su origen con la idea de hostilidad. Ser hospitalario solo tiene sentido con el hostil, sino la hospitalidad se vuelve innecesaria.
¿Pero quién es el hostil? ¿Hasta cuándo seguiremos construyendo enemigos externos e internos para justificar nuestras políticas de seguridad y de defensa? ¿Cuántos enemigos han pasado por occidente? El comunista, el negro, el homosexual, el judío, el árabe, el primitivo,  el loco, el indígena, el hereje, el bárbaro, el otro.

Algún día nos encerraremos tanto en nuestras murallas, que nunca más podremos salir de nuestras casas.