En estos días tan
convulsionados por la inseguridad, por la violencia y los linchamientos, que
nos aleja cada vez más de una sociedad democrática para convertirnos en unos
seres abominables con conductas tan primitivas que me avergüenzan de formar
parte de la comunidad humana, me indujo a pensar sobre el tema. Recordé que
hace tiempo había visto un programa en Encuentro que me gustó mucho Mentira. La
Verdad. Allí se reflexiona sobre el concepto de comunidad y hoy volví a mirarlo
y me pareció que era bueno compartir algunos conceptos que se plantean sobre el
tema.
¿Qué es el fundamento de
todo orden social: la comunidad o el individuo?.
En la filosofía política hay
dos posturas: el comunitarismo que tiene sus raíces en la antigüedad y el contractualismo que se instala en la
modernidad.
Estas dos posturas se
polarizan y no le encuentran la vuelta a
la cuestión del otro.
El comunitarismo entiende a
la comunidad como algo previo al individuo. Nacemos siempre dentro de un marco
social condicionados por un sistema que nos constituye.
Para Aristóteles la comunidad era una gran familia, una estructura
familiar, una unidad a través de lazos sanguíneos, que luego se convierte en
aldea. La aldea también se agranda y se vuelve comunidad.
Dentro del comunitarismo,
¿qué es aquello que nos une?, ninguna persona existe desvinculada del otro. La
comunidad que formamos tiene tradiciones, leyes, valores. El mundo nos va
condicionando nuestra propia identidad. La comunidad nos condiciona llevando
una marca que se manifiesta con la exclusión del otro. En nombre de la propia
comunidad se niegan derechos y necesidades a otras comunidades, llegando a
considerarlas inhumanas.
Toda fundamentación metafísica
de una comunidad, deja sin efecto cualquier argumentación crítica en nombre de
un Dios, de una Patria o de una tierra, que se coloquen por encima de la
voluntad general justificando cualquier cosa.
Por el otro lado está el
contractualismo. Los contractualistas,
piensan que el hombre por naturaleza no es un ser social, sino un ser
individual y aislado que ingresa a la sociedad por elección. La sociedad es una
consecuencia, no es previa, lo único previo es el ser humano libre, individual
y con el deseo de sobrevivir.
Thomas
Hobbes, pensaba que los hombres por naturaleza son células
individuales. Individuo significa que no se puede dividir. Entonces, si nacemos
por naturaleza individuales ¿por qué decidimos vivir en sociedad? La respuesta
es evidente y es por conveniencia. Nacemos individuos libres, egoístas,
racionales y con miedo a morir. Para prevenir una guerra de todos contra todos,
enajenamos nuestra libertad firmando un contrato de sujeción a la ley, dando
nacimiento al orden social.
Si el origen está en un
contrato, entonces se replica en todas las instituciones, convirtiendo todo en
un contrato: la amistad, la enseñanza, el matrimonio.
El universalismo que se
deriva del contractualismo supone anteponer la igualdad individual ante la ley
a cualquier condicionamiento comunitario previo.
¿No es el indivualismo
también un valor metafísico, un paradigma previo del que se parte? ¿Se puede
pensar realmente desvinculado de nuestro entorno?
Se puede pensar esta
cuestión desde otra perspectiva. Todo lo que venimos presuponiendo hasta ahora,
parte de suponer que la idea de comunidad deriva de lo común. Comunidad es todo
aquello que compartimos, aquello que muchas personas tienen en común. Si lo
común es propiedad de cada uno de los individuos, caemos en una paradoja, lo
común se identifica con su opuesto, lo propio. ¿Tenemos en común lo que es
propio de cada uno? ¿cada uno es propietario de lo que tenemos en común?
Sin embargo, en la
etimología de la palabra comunitas,
encontramos el término munus, que
nos lleva a las ideas de deber y don. El munus
es el don que se da, porque se debe dar y no se puede no dar. Pero indica solo
el don que se da y nunca el que se recibe, no implica estabilidad ni ganancia,
solo sustracción, pérdida, cesión. El munus
es la obligación que se ha contraído con el otro.
Así podemos pensar a la
comunidad no como algo en común, sino como el compartir una carga. Es el
conjunto de personas a las que une, no una propiedad, sino un deber, una deuda,
un don a dar, personas unidas no por un más sino por un menos. Personas unidas
por una falta. Compartimos el deber por el otro. Esta propuesta se basa en
priorizar no a los idénticos o iguales a nosotros, sino a los diferentes
Los modelos más preocupados
por la seguridad de los propios son lo que han generado los más grandes actos
de violencia. La obsesión por la defensa de los propios, como un modo de
asegurar cierta naturaleza pura, no es más que el miedo que causa el saber que
en el contacto con el otro, nos vemos obligados en transformarnos en nosotros
mismos.
Tenemos que comprender que
en este mundo no hay hombres puros. No se trata de amar lo que uno es, sino de
no convertir este amor en odio por el otro. El orgullo de una comunidad se
vuelve excluyente cuando se utiliza los criterios de identidad de estigmatizar
el diferente.
La importancia del otro, es
que el otro irrumpe con su alteridad radical y nos abre.
Pero se puede rechazar al
munus, así el inmune es el que cree
estar exento de esta carga con el otro. Pero ¿quién es el inmune? El protegido, el puro, el seguro, aquél que se
aferra a lo propio por sobre todas las cosas y se amuralla para apuntalar su
propia comunidad inmunizada de los de afuera. Volviéndose la clave de toda
filosofía política moderna.
Todos tenemos una tendencia a
la inmunización que se manifiesta tanto en lo biológico, como lo jurídico e
incluso en lo tecnológico.
La cuestión es no
radicalizarla porque si se piensa que todo lo extraño viene a destruirnos, la
acción inmunitaria se nos vuelve una obsesión por las políticas de seguridad.
Pero la seguridad no es para todos, solo es seguridad para algunos, para los
que están adentro de esa comunidad y es exclusión para los que se quedan
afuera.
¿Pero dónde colocar el
límite? ¿Qué nos hace extraños: un color de piel, un crédito bancario, una
religión, un olor, un aspecto físico? ¿Qué es una medida de inmunización? ¿No
es inocularse una dosis de la misma enfermedad contra la que se está
combatiendo? ¿No se produce más muerte, si para combatir la muerte se mata a
los que matan? ¿Tiene sentido legitimar la muerte para salvar la vida? ¿No nos
estamos matando?
Entonces, ¿qué comunidad
queremos? ¿Cómo es la comunidad que viene?
Giorgio
Agamben, nos da el concepto de cualquiera, de una comunidad
abierta para cualquiera, significa que no se pone en juego lo propio para ser
parte. Cualquiera es parte de la comunidad.
Roberto
Espósito nos recuerda que la idea de hospitalidad se entrecruza en su origen con la idea de hostilidad. Ser hospitalario solo
tiene sentido con el hostil, sino la hospitalidad se vuelve innecesaria.
¿Pero quién es el hostil?
¿Hasta cuándo seguiremos construyendo enemigos externos e internos para
justificar nuestras políticas de seguridad y de defensa? ¿Cuántos enemigos han
pasado por occidente? El comunista, el negro, el homosexual, el judío, el
árabe, el primitivo, el loco, el
indígena, el hereje, el bárbaro, el otro.
Algún día nos encerraremos
tanto en nuestras murallas, que nunca más podremos salir de nuestras casas.