La ciudad más antigua, Roma,
sitúa su fundación en el siglo VII a.C., pero al parecer la zona estaba
habitada en los siglos X y IX, a.C. El valle del Tiber era un punto crucial
para el comercio itálico, donde se había formado también un depósito de sal
(sustancia valiosa en la Antigüedad), al que accedían los vecinos. A partir de
los siglos X y IX, a.C. crecieron unas aldeas sobre las siete colinas de Roma
(Quirinal, Viminal, Aventino, Celio, Esquilino, Capitolino y Palotino).
Alrededor del siglo VIII, se unieron para formar una misma aglomeración urbana.
Cuando la nueva ciudad fue dotada de murallas y se eligió un Rex, un Rey, Roma
pasó a ser una ciudad.
Leyendas sobre el origen de Roma.
Las leyendas relativas al origen
de la ciudad más importante del mundo antiguo fueron muchas, casi todas concuerdan
en reconocer a Rómulo como el primer rey de Roma. No se sabe de quién era hijo,
pero el mito más conocido cuenta que nació con su hermano Remo de la unión
entre la sacerdotisa Rea Silvia y Marte, el dios itálico de la guerra. Cuando
el rey de Alba, Amulio, que era tío de la muchacha, se dio cuenta de que la
sobrina esperaba un hijo, temiendo que este pudiera luego derrocarlo, hizo
encerrar a Rea Silvia en una torre y ordenó abandonar a los dos gemelos en una
cesta en el Tiber.
En esa época el curso del río
había crecido por las lluvias, y la corriente llevó a los dos gemelos hacia los
montes. Cuando la cesta que contenía a los gemelos varó en las pendientes del
Palatino, las ramas de una higuera protegieron a los gemelos de los rayos del
sol, y una loba, que acababa de parir, los nutrió con su leche. Poco después
los dos gemelos fueron socorridos por un pastor del rey llamado Fáustulo, que
los crió en la colina Palatino junto a su mujer. Ya adultos, Rómulo y Remo se
entregaron al bandolerismo, hasta el día que Remo fue arrestado y llevado ante
el rey Amulio. Sólo en circunstancias de peligro, Fáustulo reveló finalmente al
joven Rómulo su origen y lo exhortó a
presentarse en la corte, para salvar a su hermano, Rómulo se presipitó hacia el
Alba al frente de un grupo de hombres; salvó a Remo, venció a Amulio y confirió
el poder a su abuelo Numitor, padre de Rea Silvia.
Tiempo después, Rómulo decidió
fundar con su hermano una ciudad, la futura Roma, pero justo cuando estaba trazando los límites, mató a
Remo y quedó como único Rey. No se sabe con certeza cuales fueron los límites o
fronteras originales de la ciudad. Probablemente los primeros habitantes fueron
bandidos, deudores, asesinos y esclavos, personas fugitivas de la justicia que
no tenían nada que perder. La ciudad no podía crecer sin la presencia de
mujeres de los pueblos vecinos, sobre todo las sabinas. Con ese propósito organizó carreras de
caballos que atrajeron a un gran público, permitiendo el rapto de las mujeres
congregadas para asistir al espectáculo. Hubo una guerra sangrienta, en la que
participaron dos pueblos vecinos que, guiados por los sabinos, trataron en vano
de derrocar a Rómulo, quien finalmente dio la victoria a Roma.
Luego se selló un pacto de
alianza entre las facciones, y el rey de los sabinos, Tito Tacio, permaneció
asociado a Rómulo en el poder. Al poco tiempo el rey sabino murió y Rómulo
quedó solo al mando de la ciudad, cuyo poder continuaba creciendo.
Rómulo reinó sobre Roma durante
30 años, transformándola en una ciudad poderosa. Un día mientras estaba pasando
revista a las tropas, se desató un terrible temporal, acompañado por un eclipse
de sol. En ese momento todo desapareció en la oscuridad, mientras un muro de
agua se abatía sobre la tierra. Cuando finalmente cesó la tempestad, el rey
había desaparecido y de nada sirvieron las búsquedas. Unos días más tarde, un
hombre llamado Julio Próculo afirmó que había soñado con el rey. Este había que
los dioses lo habían raptado y luego había subido al cielo como una divinidad,
con el nombre de Quirino. Los historiadores
de Roma no dieron crédito de esta versión y afirmaron que la leyenda de Julio
Próculo había sido inventada por los senadores, culpables de haber asesinado a
un rey que era muy popular.
Los niños abandonados.
Muchos relatos forman parte del
patrimonio mítico de numerosas culturas, como el caso de las leyendas sobre
niños abandonados: historias de recién nacidos, cuyas madres se vieron
obligadas a abandonarlos, pero que tenían por delante un destino luminoso. Rea
Silvia entregó a las aguas del Río Tiber a Rómulo y Remo, pues temía por sus
vidas; en el mito griego, Edipo fue abandonado por el padre, a quien le había
sido revelado que su hijo lo mataría; París Alejandro, hijo de Príamo y seductor de Helena, fue abandonado
por sus padres cuando supieron que el bebé sería la ruina de su pueblo; el
pequeño Moisés, destinado a liberara a los hebreos de la esclavitud de los
egipcios, fue dejado por su madre en una cesta entre los juncos y salvado por
la hija del faraón que lo crió en la corte.
Los mitos del amor.
Los antiguos escritores latinos
privilegiaban las historias gloriosas de héroes, pero también tenían
inclinación por las leyendas que narraban los amores entre los mortales y las
divinidades.
Amor y Psique.
El escritor latino Apuleyo narró
una historia conmovedora, que tenía como protagonistas a un inmortal y a una
bellísima mujer:
Amor y Psique. Al parecer,
Psique era tan bella que superaba en fascinación a la misma Venus. Por eso, la
diosa del amor había enviado a su mensajero Amor (o Cupido) para que la hiciera
enamorarse perdidamente de un ser humano feo y deforme, pero Amor se enamoró a
su vez de la espléndida criatura. La llevó a un palacio maravilloso y comenzó a
visitarla todas las noches, con la ayuda de las tinieblas, que ocultaban a los
ojos de los mortales de Psique el cuerpo y el rostro de dios. Pero las hermanas
de Psique, celosas. Le insinuaron la idea de que su amante era un monstruo,
impulsándola a alumbrar la noche con una lámpara con el fin de ver su cuerpo. Cuando
Psique levantó la lámpara y se dio cuenta de que compartía el sueño con un
inmortal, una gota de aceite cayó sobre el muslo de Amor y lo despertó. El dios
se enojó y decidió entonces expulsar a la muchacha de su palacio; Venus
entonces la sometió a las pruebas más inhumanas, entre ellas la de bajar al
reino de los muertos para obtener de
Perséfone, reina de los infiernos, un cofrecito que contenía la belleza. Psique
realizó también ese viaje, pero no resistió y abrió ese cobre, que no guardaba
la belleza sino el sueño mortal, el cual capturó de inmediato a la muchacha. Pero
Amor se apiadó de la suerte de la muchacha y le pidió a Júpiter que le
restituyera, para hacerla su esposa entre los inmortales: así fue, y Psique se
convirtió en diosa.
Orfeo y Eurídice.
Orfeo era un poeta legendario;
podía llegar a encantar a todos los que oían su poesía. Su esposa Eurídice, era
una bella ninfa de los bosques, por quien el poeta sentía un amor apasionado. Un
día, mientras Eurídice paseaba con sus amigas por una llanura de Tracia, fue
observada por el pastor Aristeo, que la siguió. En un intento por huir, pisó
una serpiente que le inyectó un veneno mortal. Eurídice se precipitó así en los
Infiernos entre las sombras de los muertos, pero Orfeo no se resignó a su
desaparición. Sus gritos de dolor alcanzaban llanuras y montañas, hasta que
descendió a la ultratumba y oró a los dioses para que le devolvieran a su
amada. Penetró entonces en las tinieblas, donde vivían los fantasmas de los
difuntos. Allí su voz y su canto supieron consolar a las almas de los muertos, llegando a encantar
incluso a los dioses, que le concedieron su deseo. Solo pusieron una condición:
Orfeo saldría primero y no tenía que mirar hacia atrás para controlar si
Eurídice lo seguía. El poeta se alegró en lo más hondo de su corazón y se
encaminó feliz hacia la luz del sol, pero cuando estaba por emerger de las
profundidades de la Tierra, no resistió: se volvió, y un grito desgarrador
sacudió las paredes de piedra, mientras la dulce Eurídice regresaba lentamente
de las tinieblas. Toda plegaria resultó vana: había perdido a Eurídice para
siempre.
El relato de Narciso.
Narciso era un joven de rara
belleza al que, de pequeño, el adivino Tiresias había predicho que viviría
mucho tiempo si no se conocía a sí mismo. Era tal su belleza que lo adoraban
todas las jóvenes y las ninfas. Se enamoró de él sobre todo la ninfa Eco, pero
Narciso la rechazó, llevándola a la desesperación. Las jóvenes y ninfas que
sufrieron su desprecio pidieron ayuda a Némesis, la diosa de la venganza, quién
prometió castigarlo por su soberbia. Cuando el joven se inclinó sobre las aguas
límpidas de una fuente, vio su rostro reflejado en el espejo de agua y se
enamoró de sí: no pudo alejarse más de la imagen reflejada, y fue consumiéndose
poco a poco hasta morir. En las orillas de esa fuente creció una flor, llamada
Narciso.