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jueves, 15 de diciembre de 2022

Aprendizajes significativos

En tiempos de concurrencia a escuelas vacías de alumnos en período de intensificación de la enseñanza, en que a pesar del malestar que produce estar solo en un aula, es un buen momento para reflexionar sobre la educación que tenemos y queremos. El ocio es un tiempo para la lectura y escritura y encontré entre los muchos textos de astronomía que me fascinan leer, un libro que se llama Didáctica de la Astronomía. La contemplación del cielo dio origen a la filosofía, allá por el 585 a.C., cuando Tales de Mileto era considerado un tonto, por caminar con la cabeza mirando hacia el cielo y no ver los pozos u obstáculos que había en la tierra. A pesar de su mala reputación de este señor después de 2500 años, todavía seguimos hablando de él. En este libro encontré el significado que le damos en educación al Aprendizaje significativo, un concepto del psicólogo D. Ausubel en su obra Psicología educativa. La propuesta de Ausubel, presenta una clara concepción sobre el aprendizaje (y consecuentemente sobre lo que debería ser la enseñanza): un proceso de reconstrucción y resignificación de los conocimientos, en el cual quien aprende es el foco de la atención. Cuando esto sucede, se ha aprendido significativamente, sin la cual no se llegaría al proceso de resignificación: los materiales a trabajar deben ser “lógicamente significativos” (su estructura lógica interna); “psicológicamente significativos” (adecuados a la edad y maduración de quien aprende), y debe existir la “disposición para aprender” (aprender es un acto voluntario, de compromiso y acción por parte del aprendiz, cualquiera sea su edad). Podemos aprender de todo, en forma significativa y durante toda la vida. No existe ningún tipo de restricción a que en cualquier momento de nuestras vidas podamos construir aprendizajes significativos. Del mismo modo, es posible afirmar que todos los conceptos, sin excepción, pueden ser enseñados y aprendidos, desde la infancia hasta la vejez. Sin embargo, la profundidad, la abstracción, los tiempos, etc., deben ser adecuados a cada grupo de aprendices, para lo cual es indispensable generar acciones didácticas específicas diferenciadas. Respetar a quien aprende. Debemos de tener en cuenta a quienes están aprendiendo, no solo desde lo psicológico, sino, también, desde los intereses de cada uno, desde la cultura de pertenencia y las cosmovisiones asociadas, desde las ideas previas y obstáculos epistemológicos surgidos durante la historia educacional y las experiencias de vida, etc. Enseñar respetando a quien aprende, es importante considerar los diferentes tiempos propios de cada persona: el tiempo psicológico y el tiempo necesario para madurar lo aprendido. Aprender en forma significativa requiere de un cierto tiempo, idiosincrático, y de un diálogo interno entre lo aprendido y lo vivido, un proceso que posibilita transformar en significativo lo que de otra manera sería simplemente un aprendizaje fácilmente olvidable. Por ejemplo, desde la astronomía debemos incorporar al tiempo interior el ritmo de las estaciones del año, dándole especial importancia a la vivencia de los solsticios y equinoccios, a la observación de los cambios de la luz y la sombra, a las regularidades espaciales y temporales, a los cambios en la posición del Sol día tras día en el cielo, así como, también, a través de comprender de qué manera las culturas antiguas transformaron estos momentos en festividades, rituales e hitos en el espacio de su comunidad y en el tiempo de su historia. El reconocimiento del lugar donde vivimos en su relación con el cielo. Parte importante de la construcción de nuestra identidad es reconocer el lugar geográfico donde vivimos y, por consiguiente, el cielo que podemos ver, disfrutando, además, en este proceso de la belleza de lo cotidiano (cambios estacionales en los colores del entorno, la unión del cielo y la tierra a partir de sucesos como ver salir la Luna en la montaña o una puesta de Sol detrás de los árboles). Nuestro lugar en el mundo es único y propio, y el cielo puede ayudarnos a comprender sus características a través de actividades como: reconocer y dibujar el horizonte del lugar de observación, determinar las líneas E-O y N-S, llevar registro de salidas y puestas del Sol, de la Luna y de algunas estrellas y planetas en forma sistemática, del reconocimiento de rituales, construcciones, mitologías y constelaciones de pueblos originarios del lugar donde vivimos, etc. En este proceso, incorporar a la familia para compartir las actividades de observación del cielo y trabajar sobre la comunidad educativa en general en la identificación y puesta en valor de sus orígenes, es otro de los aspectos que posibilitarían una sustancial mejora en la relación de cada uno y de todos con el cielo. Para aprender, es necesario ser capaces de imaginar: situaciones, objetos, procesos, etc. Y la imaginación (que no es fantasía) también debe educarse. Así, la observación del mundo natural, acompañada por la imaginación, nos permitirá luego comenzar a interpretar fenómenos, a representarlos en forma cada vez más abstracta, y a comunicarnos luego compartiendo lo aprehendido. La Astronomía nos ayuda a comprender el mundo natural y de qué manera funciona una de las actividades más importantes de los últimos siglos en cuanto a la construcción de conocimiento asociado a la naturaleza: la Ciencia Natural. La Educación es una tarea compleja y debe ser realizada en forma solidaria y compartida, estableciendo un trabajo interdisciplinario en conjunto entre quienes hemos elegido ser educadores. Qué bueno sería que nuestro sistema educativo incorporara en sus diseños curriculares la enseñanza de Astronomía y Filosofía, desde la niñez, para comprender la inmensidad del universo y lo pequeño e insignificante que somos en el mundo en el que vivimos. Qué lejos estamos de una educación significativa. ¿No?