“Es mi parecer que el hombre nuevo, el que está floreciendo, tiene un estilo más informal, más simpático y definitivamente más irreverente, y a diferencia de lo que algunos dicen, este hombre no es superficial, ni poco comprometido, ni mucho menos ignorante. Es simple, pero nada tonto. Es básico, pero eso suele ser expresión de sabiduría. Es rústico, pero rústico suele ser un adjetivo inherente a virtudes como el coraje y la fortaleza”.
Como me gusta hurtar ideas, esta frase la saqué de un libro, comprado en Rosario. Estimulado por su título “No te hagas el boludo”, y encontrando en su interior esta frase, que identifica y describe una manera de ser, una manera de estar en el mundo. Su autor Mariano (Mano) Moreno, un pibe común de Capitán Bermúdez, filósofo de la calle. Sus amigos lo llamaban el “Desfasado”, porque vivía en la luna y leía libros que nada tenía que ver con los temas desarrollado en el aula, en su época de transcurrir la secundaria. Viajo por diferentes países, liviano de ropa y con poco dinero, un día se animó a salir de su pueblo y dar una vuelta por la redonda. Conocer nuevas culturas, entablar nuevas amistades, nuevos paisajes que le cambiaron la cosmovisión del mundo. Polémico, provocador, no conforme con el orden establecido, amante del ocio, del tiempo libre buscó nuevas respuestas en su interior y dejándose llevar por la interpelación, la duda y el asombro buscó respuesta en su espacio interior. Vive una vida simple, sin certezas, disfruta de las pequeñas cosas de la vida y siendo adulto curso los estudios del profesorado de filosofía. Un simple personaje en el cual pude encontrar en él, muchas facetas de mi modo de ser, de mi personalidad y la forma de interpretar al mundo, con el cual, valga la redundancia, me identifico.
Cuando abordamos la identidad como un problema filosófico, es algo así como una narración que hacemos de nosotros mismos, pero también una imagen social que viene de afuera. Nos reflejamos en un gran espejo que es la familia y la sociedad en la que nacemos. Es una construcción narrativa temporal, que va cambiando de aspectos en ese tránsito en la que atravesamos diferentes etapas y en cada una de ellas vivenciamos experiencias que nos abren al conocimiento y al aprendizaje, algunas de ellas son buenas o positivas porque nos producen placer y alegría y otras malas o negativas que nos angustian. Pero necesarias para el crecimiento. Sin ellas sería imposible aprender. Los obstáculos, las frustraciones, los fracasos son piedras que se interponen en nuestro camino y nos hacen caer, pero que nos enseña a levantarnos, en cada una de ellas, a veces, quedan heridas, pero el transcurso del tiempo se encarga de que cicatricen y de fortalecernos. Mi viejo me decía que en la vida los problemas tienen soluciones y hay que encontrarlos haciéndose cargo de los mismos, enfrentando cada dificultad con decisión, coraje y esfuerzo. Inclusive decía él, que cuando ya no había más solución a los problemas, la muerte también era una última solución.
Heidegger decía que el ser humano es arrojado al mundo. Somos "seres para la muerte", somos una posibilidad entre las muchas posibilidades que se presentan durante nuestra vida, pero entre todas estas posibilidades, está la muerte, la posibilidad de dejar de existir y tenemos conciencia de ello y eso nos angustia.
Por eso cada día que nos levantamos debemos agradecer de estar vivos, de enfrentar los obstáculos que se interponen en el camino con la cabeza erguida, sin miedos, porque el miedo nos paraliza, inmoviliza. Todos los días debemos elegir frente a diferentes posibilidades que se nos abren. Pero ¿somos libres de elegir?
“El hombre es lo que hace, con lo que hicieron de “el”, nos dice Sartre. Como seres sociales, gregarios que somos, necesitamos del otro para existir. De una familia que nos cobije, de la escuela para socializarnos, de los amigos para poder crecer. Pero eso nos condiciona, hace que nuestra libertad se restrinja para poder convivir con los demás.
Somos una esponja absorbemos todo lo que hay a nuestro alrededor, ideas, pensamientos, conocimientos, costumbres, hábitos, códigos morales y éticos. Nuestra sociedad es un rizoma que va construyendo raíces de un entretejido social que se expande horizontalmente con códigos culturales que se solidifican a través del tiempo. Somos seres condicionados por la realidad que nos rodea, familia, sociedad, medios de comunicación. Entonces ¿tenemos posibilidad de construir ideas propias? ¿hay lugar para un pensamiento propio?
En mi experiencia personal, soy un cúmulo de ideas robadas, de mi familia, de los grupos en los que he participado en diferentes momentos, de los libros que he leído y de los diferentes niveles educativos transcurridos. Recuerdo en algún momento haber creído tener una idea original y una de ellas fue la de vivir una vida en contacto con la naturaleza. Para ella tuve que romper con la vida artificial que llevaba en la gran urbe de cemento llamada Buenos Aires. Allí tenía mi futuro asegurado. Una profesión. Un trabajo redituable. Vida urbana. Pero mi reloj biológico demandaba
otra cosa. Un día desperté con la decisión de tirar todo por la borda, todo lo construido hasta ese momento. Renuncie al trabajo y a la salida de la oficina compré una mochila, la llene de lo mínimo indispensable para viajar y sin mucha carga encima comencé el largo trajinar hacia Machu Pichu. Naturaleza pura. Lejos de la gran ciudad, de las luces de la noche que te encandilan los ojos. Despojado de la seguridad del hogar y de los bienes de consumo. Encontré el lugar que necesitaba, y ese, era mi mundo interior. Por primera vez, tomé conciencia de que estaba solo en este mundo y que necesitaba hacerme cargo de mi vida, de ser feliz, de hacer fluir mis instintos y mis sentimientos. Mi cabeza, después de esa inolvidable experiencia, cambió de rumbo. Apague el televisor, deje de seguir a la manada y di autenticidad a mi vida.
Fascinado por la filosofía, comencé a leer un libro sobre el Estoicismo, una corriente filosófica de la antigüedad. Me di cuenta que hacía unos 2500 años atrás, había unos señores, que se llamaban Zenón y su discípulo Séneca, que habían vivido y pensaban, eso que yo había llevado a la práctica a través del autodominio para alcanzar la libertad, alejado de las comodidades materiales, asumiendo la concepción de la naturaleza para alcanzar la ataraxia (imperturbabilidad del alma).
La preocupación fundamental de los estoicos tenía que ver con saber cuál era la mejor forma de vivir. Para responder a ello era inevitable que se preguntaran dos cosas más: cómo está organizada la naturaleza y cómo opera el alma humana. Concebían a la naturaleza como creada y organizada por fuerzas internas, y creían que esa organización era racional. Esto quiere decir que pensaban que había una suerte de providencia, una forma de orden por el cual todo en la naturaleza estaba dispuesto de la mejor manera posible. Así, el hombre que comprende cómo está organizada la naturaleza, entiende también cuál es la mejor manera de vivir de acuerdo con ella.
En cuanto al alma humana, los estoicos se ocuparon de reflexionar sobre la manera en que conocemos y el papel que desempeñan las representaciones de las cosas sensibles no sólo en el conocimiento, sino también en la conformación de la conducta humana. Así, distinguieron tres formas en que el alma humana opera en relación con lo percibido por ella (aquí incluyeron las sensaciones producidas internamente). La primera, que es la mera percepción, consiste en la pura recepción de estímulos sensoriales internos o externos. La segunda es la del asentimiento, por el cual el alma se da cuenta y acepta que está percibiendo algo verdadero. La tercera es la del conocimiento, que consiste en reflexionar a partir de esas sensaciones sobre las que hemos asentido. La aportación más significativa de los estoicos, en materia de psicología y teoría del conocimiento, fue señalar que el alma no tiene por qué asentir a todas las sensaciones. Es decir, puede distinguir un espejismo de algo que no lo es, pero también puede distinguir un deseo necesario de otro innecesario. La importancia de esto radica en que, para poder saber cuál es la mejor forma de vivir, es fundamental que demos nuestro asentimiento sólo a las cosas que son verdaderas y ciertas, y no a los fantasmas y los espejismos que tienden a confundirnos tanto desde adentro como desde afuera.
El estoicismo es una doctrina que indaga sobre la mejor manera de vivir a partir de identificar a qué cosas debemos dar nuestro asentimiento porque son ciertas y necesarias, y de comprender cómo está organizada la naturaleza para no sufrir por lo que, en el fondo, forma parte del ciclo natural de la vida y la existencia.
Otra de las corrientes filosóficas con la cual me identifico es el epicureísmo, como el estoicismo, es una escuela; sólo que, a diferencia de ésta, no tiene varios maestros, sino un fundador, Epicuro de Samos, cuya doctrina es la referencia para decir de cualquier otro filósofo en la Antigüedad e incluso en la actualidad que es epicúreo. Hay muchos paralelismos entre el epicureísmo y el estoicismo, ya que ambas escuelas tienen como preocupación central el problema de cómo es que se ha de vivir mejor y, en esa búsqueda, intentan investigar cómo está organizada la naturaleza. Epicuro afirma que todo cuanto existe está conformado por partículas materiales pequeñísimas llamadas átomos, las cuales se unen por medio del azar y a partir de una fuerza que las arremolina. Una particularidad del pensamiento de Epicuro es considerar que los átomos no operan sólo por necesidad. Es decir, no se reúnen y se organizan de una forma predeterminada, sino que pueden desviar su curso. Este matiz se tornará muy importante para entender algunas de sus diferencias con los estoicos, porque el que los átomos puedan desviarse y formar cosas que no han sido previstas, significa que no hay un fin a partir del cual toda la naturaleza esté organizada y, en consecuencia, que la naturaleza no define una forma de vivir de acuerdo con ella, como piensan los estoicos. En otras palabras, la naturaleza no es un “modelo de conducta” pero sí un modelo de libertad.
Aunque Epicuro se preocupa por conocer la naturaleza del alma y del conocimiento, no es en esos temas donde se dan sus mayores aportaciones a la filosofía. Éstas hay que buscarlas en el terreno de la reflexión moral. Las dos ideas fundamentales de Epicuro son: una es que el placer es un bien, una afirmación muy controvertida y rechazada por los católicos. Epicuro no piensa que el placer es uno de los bienes del hombre, como lo son también la vida y el conocimiento. Considera que poseer ese bien permite al hombre decidir cuál es la mejor forma de vivir. La otra idea es que la gente tiene que filosofar desde que es joven, pues para él la filosofía no es una actividad de viejos, sino de viejos y jóvenes. Piensa que filosofar aporta madurez a los jóvenes y vitalidad a los viejos, porque el pensar filosófico es en sí la forma de encontrar el mejor modo de vivir.
Estas dos corrientes filosóficas antiguas fueron la que me guiaron por el sendero en esa búsqueda interminable de ser feliz y libre. Pero también, simpatizo con un personaje de la antigüedad muy rebelde, subversivo para la época, amante de la naturaleza y que vivía como un perro. Cuenta la leyenda que un día llego el Emperador Macedonio Alejandro Magno a una ciudad griega y pidió conocer al más sabio del lugar, y todos señalaron a Diógenes, que vivía en una alcantarilla. Alejandro inició conversación con el anciano y, horrorizado por las condiciones en las que vivía, le preguntó: ¿Tú eres Diógenes? -Yo soy Alejandro Magno el emperador de Macedonia “¡pídeme lo que quieras, que yo te lo concederé!”- Diógenes levantó lentamente su cabeza y le respondió: -“Sí, una sola cosa, apartarte, que me estás tapando el Sol”, contestó el filósofo de malas maneras al que era ya el dueño de Grecia. Alejandro no solo aceptó el desplante sin enfadarse, sino que le mostró su máxima admiración: - “De no ser Alejandro, yo habría deseado ser Diógenes”-.
Más allá de la anécdota, lo interesante de la filosofía de Diógenes era su actitud provocadora y subversiva que a pesar de su vida en la indigencia era un ser feliz, viviendo como un perro en la intemperie, alejándose de las cosas materiales y de la seguridad de un hogar.
Hay muchos Diógenes en esta vida y he tenido la posibilidad de encontrar muchos en mi camino, con los cuáles me encantaba conversar porque eran verdaderos sabios, filósofos de la vida sin necesidad de concurrir a una academia para aprender. Es sólo el aprendizaje de los golpes que te da la vida, que te llenan de experiencia como la de Miguelito, vecino de Berdier, que todas las tardecitas de verano, nos sentábamos a tomar mate y contar historias, debajo del ligustro. O del Ferchu como le decían, que con solo un vaso de vino se inspiraba en contar leyendas del pueblo. Todavía sigo con el Chango teniendo largas charlas sobre las costumbres gauchas argentinas, y al costado siguen pastando el tordillo o alazán los verdes pastos del lugar.
La vida siempre te sorprende, te da nuevas oportunidades, te abre nuevas puertas para la inspiración. Los recuerdos siempre te inducen a retroceder en el tiempo para reflexionar, analizar aquellos gratos momentos vividos o las frustraciones o fracasos que te enseñan a no errar de nuevo.
Ahora me toca transitar momentos de una etapa en la que “la piel se endurece o al tigre una mancha más, ya no le hace nada”, como dice el refrán. Y en plena cuarentena el ocio te hace pensar y te inspira a escribir algunas ideas que pululan por la mente, porque escribir ordena los pensamientos y te saca la timidez de la oralidad.